Escape room

José Ignacio García comenta el libro de Leticia Sánchez Ruiz 'Los detectives perdidos'

José Ignacio García
01/04/2023
 Actualizado a 01/04/2023
La autora Leticia Sánchez Ruiz.
La autora Leticia Sánchez Ruiz.
‘Los detectives perdidos’
Leticia Sánchez Ruiz
Pez de Plata Editorial
Novela
176 páginas
18,90 euros

Pensé nada más ver el título de esta novela en el poema de Bolaño –uno tiene sus debilidades, qué quieren que les diga–, y al cotillear sus extrañas páginas pares de cortesía me alegré de encontrarme con los versos del poeta y narrador chileno, intuyendo quizás en ellos la primera pista del rompecabezas que –no me cabía duda alguna– iba a empezar a desentrañar a la impar página siguiente.

Conocí –me deslumbró– la literatura de Leticia Sánchez Ruiz gracias a su anterior novela, ‘La biblioteca de Max Ventura’, publicada también por el sello editorial asturiano –qué dolor me causa ver el Principado convertido en una hoguera inmensa– Pez de Plata.

En aquella hermana mayor, Leticia demostraba su profundo conocimiento del mundo literario, su fascinación por las biografías de muchos y grandes escritores, y estructuraba la novela en función de una investigación, de una desaparición y una huida. Sobre unos pilares similares se sustenta ‘Los detectives perdidos’. Andrea Cosano, la novia del famoso detective Alfredo Casares Biel –es imposible no recordar a Adolfo Bioy Casares al leer ese nombre– se ha esfumado, y el investigador contrata a una pareja de detectives, un padre y una hija, los Rosales, para que traten de encontrar, viva o muerta, a la novia ausente.

Así, el lector se sumergirá en el juego de suspense que la autora propone, en una especie de ‘escape room’ lleno de pistas que tendrá que resolver antes de que se quede sin tiempo y llegue el desenlace –un desenlace que no coincide con el final– y se desvele el meollo de la trama. Y para no dilatar la intriga y atrapar la atención desde el primer párrafo, en la segunda línea –literalmente– de la novela la autora nos arroja la primera miguita de pan, cuando nos advierte de que «siempre que se sube por una escalera de caracol, uno tiene la sensación de llegar a un lugar ficticio».

Y para llegar a ese lugar ficticio, Leticia encadena en espiral la relación entre una serie de detectives de lo más peculiares y pintorescos. Unos detectives que, como si corrieran una carrera de relevos, le van pasando el testigo a otros cuando se sienten incapaces de alumbrar el misterio que rodea a la desaparición de la novia escurridiza, o quizás muerta.

No quiero dármelas de listo –mi novia no me soporta cuando en el cine me pongo estupendo y le anuncio con gran ceremonial quién es el asesino apenas visualizadas las primeras escenas de la película–, pero en ‘Los detectives perdidos’ me ha ocurrido lo mismo. Aspiré el olor de la tostada apenas la autora la puso sobre la sanguchera, y más cuando recurrió a una narración extensa, sin diálogos, con párrafos de dimensiones esteparias, en la que un personaje le refiere a otro todos los pormenores de la investigación, detallando las características físicas y psicológicas de los detectives más variados, unos experimentados y otros bisoños, unos consagrados a denunciar adulterios, a trabajadores deshonestos o a personas que quieren defraudar a compañías aseguradoras y otros que se han especializado en escarbar en la memoria histórica de nuestro país o en otras rarezas que los hacen tan fascinantes como peculiares y, en algún caso, más sabuesos que sus propios perros.

Intuir el final desde el principio, o querer ver a Margarita Landi, la mítica periodista de ‘El caso’, o a Luis Landero o al tullido Ironside en algunos de los personajes retratados –a otros no he logrado sacarles el parecido con personajes conocidos–, no le ha restado un ápice de interés a la novela. Leticia Sánchez Ruiz escribe tan bien, es tan enredadora su prosa, que, aunque uno se supiera de memoria cualquiera de sus novelas, podría volver a releerla por el mero hecho de volver a disfrutarla.

Si hubiera confesado la resolución del misterio enseguida, probablemente me habrían expulsado del ‘escape room’ y me hubieran privado de seguir gozando del juego. Así que guardé silencio y seguí disfrutando de los detalles y de los pormenores, de los casos que todos aquellos investigadores habían resuelto con brillantez, de los crímenes o suicidios que habían desentrañado, de las infidelidades que habían desbaratado, a veces gracias a casualidades prodigiosas.

Coinciden todos esos detectives que acaban formando su propio ‘Club de la Fortuna de Oriente’ –paradójicamente desafortunado y desorientado– en la habilidad de pasar desapercibidos y volverse invisibles, por estrambótico, aristocrático, ostentoso o bohemio que sea su aspecto; y se asemejan a esos médicos especialistas en paliar diferentes dolencias. Así trata cada uno de descifrar el enigma con sus propios procedimientos y a partir de la ausencia de dos abrigos femeninos en un armario, de una declaración de amor o de unos brazos que siempre permanecen ocultos tras camisas o jerséis de manga larga.

Y así llega un momento durante la narración en que el lector se cree sumido en unas mil y una noches de género negro, o al menos gris oscuro. Sánchez Ruiz convierte al narrador –el único detective cuyo nombre no se desvela en la novela, acaso por eso resulta ser el más perspicaz– en un remedo de Sherezade que nos hipnotiza con las historias que narra, como la del último muerto de la Guerra Civil, víctima casual de una bala de festejo o la de las hermanas gemelas que compartían un mismo amor masculino o la mítica masacre de Periandro, que guarda ciertas concomitancias con la sucesión de acontecimientos novelados, con esa matrioska que se va rasgando por el vientre para concebir una muñeca menor y luego otra más pequeña, hasta llegar a la muñequita final, al elemento oculto, a la llave que permite abrir la puerta y abandonar ese trepidante ‘escape room’ narrativo del que a muchos lectores, como me ha sucedido a mí, les dará pena huir.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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