Aquellos que ahora lamentan la realidad de la España vaciada y antes jamás la entendieron, los que abogaban porque pronto nadie quedará en nuestros pueblos y hacían negocio vendiendo pisos en la ciudad, aquellos, decía, jamás entendieron qué ataba a aquellos últimos resistentes a sus pueblos, a sus casas, a sus recuerdos.
No entendían que se aferraran a aquellos pueblos que no tenían grandes almacenes con espectaculares escaparates, ni trampantojos en los parques en el lugar de los árboles bravos de bosque, en las casas entraba el aire por aquellas ventanas sin rotura térmica y la calefacción era solamente la cocina... solo le veían problemas, para su mente.
A Pepe el de Rodillazo, último habitante del pueblo durante muchos años, le hice la misma pregunta mientras hablábamos en medio de la calle. Me respondió con otra pregunta: «¿Cuánto tiempo podríamos estar parados en León en medio de la carretera?».
A su hermana la encontré al sol de otra calle del pueblo, cerca del cementerio y le pregunté lo mismo. Parece que es costumbre familiar responder con otra pregunta y lo hizo, mientras señalaba hacia el cementerio: «¿Mi padre y mi madre están en León?».
Emilio resistió muchos años solo en Piedrafita. Le hice la misma pregunta y él sí respondió sin preguntas: «Porque me da la gana».
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