16/04/2020
 Actualizado a 16/04/2020
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Plazas abandonadas en un silencio espeso. Militares desinfectando calles y policías haciendo jaulas las ciudades. Aplausos agradecidos en los balcones cada tarde. Hospitales de campaña donde había ferias. Empresas de coches fabricando respiradores. Una pista de hielo que acumula ataúdes desconocidos por orden alfabético y funerales descarnados en la distancia. Ovación cuando un paciente más abandona la UCI. La autoayuda de Sánchez nacionalizando telediarios cada fin de semana. Amas de casa cosiendo mascarillas. Niños en clase en mitad del salón y bolsas de la compra como bandera blanca para pisar la acera. Políticos de responsabilidad asintomática. Compañeros de mesa en cuarentena. Protección Civil felicitando cumpleaños con megáfono y sirena. Insensatos que hacen las maletas. Cajeras de supermercado rotas de trabajo y miedo. Hoteles medicalizados. Vecinos solidarios. Sanitarios que arriesgan cada día su vida para salvarlas a puñados. El tiempo indiferente de las puertas cerradas. Abrazos huérfanos. Besos proscritos. Residencias devastadas. Las explicaciones que no explican nada. Un vicepresidente de izquierdas y un expresidente de la derecha saltándose las normas. Trincheras ideológicas para un apocalipsis. La ruina económica. El bingo comunitario y la verbena de balcón. Aviones que traen empaquetada la esperanza. Investigadores sin ayudas que ahora sí importan. Jabalíes reconquistando las medianas. Muertos sin despedida llorados en tuits. Curados por miles que cantan victoria. Denuncias que acaban en rectificación. Test y mascarillas.

El periodismo sirve para ver lo que queda lejos de tu ventana pero existe; para que vean que existe tu ventana. Con la veracidad, la responsabilidad y el respeto a las leyes como límites todo es publicable. Incluso necesario. Solo la pluralidad nos acerca a la verdad. Lo que asusta, reconforta, decepciona, esperanza, cabrea, ilusiona, duele o conmociona no es el periodismo. Es la realidad.
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