Ermonela Jaho y el arte de emocionar

La soprano albanesa conmueve con ‘La traviata’, que llega este jueves a los cines Van Gogh

Javier Heras
27/06/2018
 Actualizado a 19/09/2019
La nueva producción del escocés David McVicar, intimista, tradicional y sombría, se documentó sobre los escenarios reales en los que se basó Dumas. | JAVIER DEL REAL
La nueva producción del escocés David McVicar, intimista, tradicional y sombría, se documentó sobre los escenarios reales en los que se basó Dumas. | JAVIER DEL REAL
Podría debatirse si Ermonela Jaho tiene la voz más bella o la técnica más depurada. La soprano albanesa (1974) no carece de esas virtudes, pero su punto fuerte es otro. El más importante: la emoción. Ni siquiera parece que cante, sino que da la sensación de que está amando y sufriendo como sus personajes. El Teatro Real le debe sus dos mayores éxitos de los últimos años: ‘Madama Butterfly’ y ‘La traviata’. Esta última se emitirá en Cines Van Gogh este jueves a las 20:00 horas. El italiano Renato Palumbo se encarga de la batuta, y el reparto lo completan el tenor sardo Francesco Demuro y el barítono onubense Juan Jesús Rodríguez.

El melodrama de Verdi volvía a Madrid, donde no se veía desde 2005. La nueva producción del escocés David McVicar, intimista, tradicional y sombría, se documentó sobre los escenarios reales en que se basó Alejandro Dumas, hijo, para su novela ‘La dama de las camelias’. Traducida a 100 lenguas, fue el germen del libreto que Francesco M. Piave (autor de ‘Rigoletto’) entregaría al compositor italiano. El escritor francés relató la historia de una cortesana real, Alphonsine Plessis, cuya belleza y encanto le permitieron vivir con gran lujo, mantenida por los aristócratas, hasta su muerte por tuberculosis a los 23 años.

En la obra, Margarita Gautier se enamora de un joven burgués pero debe abandonarle para no manchar la reputación de su familia. A Verdi le interesó especialmente ese aspecto de la trama. Viudo durante casi una década, en 1848 se enamoró de la ilustre soprano Giuseppina Strepponi. Convivieron en Busseto sin casarse, un «pecado» por el que los vecinos les hicieron el vacío. Acabaron mudándose a París. El maestro, antes considerado un hombre conservador, quiso reivindicar a la mujer caída que se redime de su pasado. De paso, lanzó una crítica a la hipocresía de la sociedad.

Acostumbrado a los temas históricos y caballerescos de sus «años de galera», el autor de ‘Il trovatore’ nunca había puesto música a un cuadro de la vida contemporánea. Pretendía escandalizar al público nada más subir el telón con personajes vestidos igual que ellos, algo que nadie había hecho. La censura lo impidió y trasladó la acción un siglo atrás. Fue una de las razones del fracaso de su estreno en 1853 en la Fenice veneciana, aparte de una soprano inapropiadamente rolliza.

Desde entonces, La traviata no ha dejado de representarse. Es el clásico más querido del repertorio, perfecto para iniciarse, como hacía Julia Roberts en ‘Pretty Woman’. El público adora sus valores humanos y su música, llena de vida, gracia, insolencia, pasión. Fluyen las melodías inolvidables, como ‘Sempre libera’, el brindis Libiamo o ‘Di Provenza il mar’, pero también encontramos escenas de una densidad y complejidad inéditas, sobre todo el dúo entre la cortesana y el padre de su amado, dividido en siete secciones.

‘La traviata’ lo revolucionó todo sin quebrantar la tradición: mantuvo la estructura del bel canto, basada en números cerrados (arias, dúos), pero incorporó un canto más coloquial y una orquesta que evoca sentimientos mediante los leitmotive. Verdi logró la unión de la estructura dramática y la musical, y describió musicalmente un tiempo y un lugar, el París del XIX, con sus bailes de moda: la polca, el galop y, cómo no, el vals. También distinguió entre el ambiente frívolo de las fiestas y el íntimo y solemne del desenlace. Ambos aparecen ya en el preludio, en el que oímos por primera vez la melodía de ‘Amami Alfredo’. Sonará más adelante, mediado el segundo acto, en la voz de la heroína, justo antes de separarse de su amado. El compositor volvía a demostrar su don para concentrar en pocos segundos (y con solo tres acordes básicos) una enorme carga expresiva.
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