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ERE en el Congreso

26/09/2019
 Actualizado a 26/09/2019
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Los españoles quieren castigar a los diputados por entregarse a la nueva política del trágala y la tiranía de asesor. Recogen firmas (van más de 650.000) para que no cobren indemnizaciones por este amago de legislatura yerma y colapsan el INE para rechazar recibir las papeletas electorales. Pequeñas venganzas inútiles, míseros conatos de ira cívica, efervescencia del desencanto. Qué lección a sus señorías la de los ciudadanos, que el cabreo monumental por la imposibilidad de entendimiento entre partidos (o quizá entre líderes) explosione en folios llenos de nombres sellados en el registro y en un aumento de la abstención. Demuestran más madurez democrática que la intolerancia al pacto. Y más sensatez que esos bárbaros independentistas que intentaban despertar el fantasma del terrorismo, ahora en Cataluña y con otras siglas, las de los CDR. Hasta en la irracionalidad de las ideas descerebradas se nota el naufragio de la política.

El 90% de los españoles está decepcionado o enfadado por la repetición electoral. Aplicarían un ERE en el Congreso por el fracaso estrepitoso y repetido, por no cumplir en los últimos cuatro años los objetivos encomendados: una mayoría parlamentaria para investir un presidente y un gobierno capaz de aprobar sus presupuestos. Un ERE a la política. Qué idea naif para los nuevos y viejos que estudian los recovecos de las instituciones. En las renovadas autonomías de las coaliciones han florecido consejerías y hay un ‘baby boom’ de asesores. Algunos ayuntamientos han aprobado subirse los sueldos. Qué bien se ordeña al contribuyente. El único ERE aquí lo impuso la despoblación, cuyo vacío engulló también varios escaños.

Escriben algunos opinadores que la siguiente lección a esta ineficaz generación de políticos es mantener la participación en las urnas y cumplir, nosotros sí, con los deberes democráticos. No sé si soy capaz de tanto civismo. Hay que elegir entre lección o castigo, entre la soberbia o la responsabilidad que no tuvieron. Aún así decía Saramago que «las lecciones nos llegan siempre de la gente sencilla».
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