Maximino Cañón 2

Epitafios con enjundia

23/08/2022
 Actualizado a 23/08/2022
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A mí, de mayor, siempre me ha llamado la atención todo lo relacionado con las pompas fúnebres o dicho de otra forma todo ese mundo que no queremos sentir pero, que por desgracia, o, como se diría vulgarmente, vas para lo desconocido y, aunque nadie nos queremos parar a pensar en como será, sin lugar a dudas, todos tenemos que acabar en un lugar donde nos entierren o nos incineren. Este comienzo, la verdad, no contribuye a expresar optimismo como tampoco lo es el coste de la despedida de esta vida terrenal, con viaje incluido. Ahora, por suerte y por mayor conocimiento de las cosas, nadie, o casi nadie, además de estar muy mal visto así como la persona que lo pronuncia, no se suele escuchar, referido al finado, la siguiente expresión: «ese no tiene ni donde caerse muerto». Aunque esta expresión denota poca educación y falta de cultura en quien la pronuncia, la verdad es que no iba, ni va, descaminado a la vista del coste que tiene, para quienes soporten el gasto del sepelio, teniendo en cuenta que las mayoría de las veces, y según el estado de animo por la muerte de un ser querido, no eres capaz de recapacitar ante la factura que te presentan. En una ocasión, con motivo de la reunión que el consejo de administración de los servicios funerarios municipales de León celebraba mensualmente, en mis tiempos de concejal como representante de mi partido (CDS), y que presidía Andrés Martínez Trapiello, a la sazón buen gestor, trabajador, responsable y con las ideas claras, se nos citó en una nave del Ayuntamiento, entrada la noche, donde se exponían los ataúdes, y se nos informaba del coste de los mismos, donde pudimos apreciar cómo, el encargado de hacer la presentación, destacaba las excelencias de los mismos: color, madera, etc., así como lo bien guateados que estaban, a lo que no pudimos aguantar de decirle que dentro no se iba a dormir la siesta y que lo importante era que no fueran caros y que cumplieran con la misión para lo que fueron construidos. La verdad es que siempre hubo clases sociales, las hay y las habrá, hasta para despedir a un familiar o amigo fallecido. Quién, de los que tengan algunos años (bastantes), no se acuerda de ver al finado dentro de el ataúd en un carruaje tirado por unos caballos engalanados con unos penachos de plumas en la cabeza, teniendo en cuenta si el entierro era, creo, de primera, de segunda o de tercera. Como es un tema que daría para mucho y como no quiero despedirme de esta forma un poco macabra les voy a relatar algo que, al tener mi padre un bar, mucho de lo que les cuento, tenia en él su origen. Se encontraba el Sr. Demetrio, así se llamaba y se le respetaba, hombre con gran sentido del humor y dueño de un comercio de tejidos, hablando de cosas un poco de mayores y yo, como es lógico, a una distancia moderada, no perdía ripio mientras contaba que estando trabajando en Barcelona de muy joven y que habiendo asistido a un entierro, mientras salían del cementerio, iban leyendo los epitafios de algunas tumbas, hasta llegar a una que se encontraba vacía con una lapida sin colocar y que les hizo reír, a pesar del lugar en que se hallaban, y que tenia grabada la siguiente leyenda: «Aquí no yace quien tenia que yacer, gracias a los preservativos la estrella», lo que suscitó una risa incontenible entre los amigos presentes. Y es que el ingenio no tiene límites ni censuras.
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