Imagen Juan María García Campal

Envenenadores y buena vida

10/04/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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Ignoro si al resto de personas que también opinan por escrito en los periódicos les pasa lo mismo que a mí que, cada vez, cada semana en mi caso, se les haga más difícil elegir tema o asunto que tratar entre tanto «cebo de anzuelo y carne de buitrera» con que somos provocados o dogmatizados –aquí cada cual elige el verbo previo uso del propio criterio, si se tiene– cada día por los envenenadores de la ciudadanía que tanto vociferan y apartan de lo esencial. Esos que, la mayoría de las veces, más que argumentos a favor de sus intenciones de gobierno, disparan simples –no llegan a sencillos– exabruptos contra el adversario, cuando no ya se le presenta, muy frecuentemente con nombres y apellidos, como enemigo. Suelen ser, por otra parte, los que se declaran respetuosos de cualquier idea. Y ahí, es donde este aprendiz de escribidor disiente: respetables son las personas, todas, pero las ideas, va a ser que no. Cómo, por ejemplo, respetar, políticamente hablando, ideas antidemocráticas, mermadoras de las libertades individuales y colectivas conquistadas, que no regaladas; menoscabadoras de los derechos individuales y colectivos conquistados, que no regalados; cómo respetar las ideas proclives al ordeno y mando. Cómo a las que diciéndose constitucionalistas atufan a alcanforado franquismo.

Ven: ya me han apartado de lo que hoy tengo por esencial. Menos mal que aún me restan mil setenta y nueve caracteres.

Yo quiero escribir de lo que más amo: la vida. Yo quiero hablar de su último acto: la muerte. Yo quiero hablar de libertad y dignidad personal e intransferible. Yo quiero hablar de la mejor coronación de una vida buena, no tan buena o mala (las hay), una buena muerte. Es decir, hoy quiero hablar de la eutanasia, de morir sin sufrimiento físico.

Somos fruto del azar. Un espermatozoide más rápido o mejor orientado que el que fecundó (gracias papá) al acogedor óvulo del que procedo (gracias mamá) y ya hubiese sido otro el ser gestado y nacido.

Así, personas únicas, soberanos de nuestras vidas y por más que en muchos aspectos deleguemos parte de esa soberanía, urjo una Ley que, atendiendo a la libertad individual de cada cual, lejos de mojigaterías y moralinas religiosas, regule la eutanasia; que despenalice a quienes la faciliten a un tercero por su consciente y manifestada voluntad. De cómo vivir el último acto vital sólo uno mismo debe disponer. Al menos, con Ley o sin ella, ese derecho me reconozco y reservo. ¡Es mi vida!

Buena semana hagamos, buena semana tengamos.
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