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Entre vellones y vedijas

10/04/2022
 Actualizado a 10/04/2022
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Cuando la abuela acababa sus jerséis, apenas los miraba. La estética era lo de menos. Lo que no faltaba era el ritual de pasarle la mano por encima, como quien acaricia el lomo del gato y casi justificando la falta de diseño, remataba la labor con su «aquí no entran ni las balas». No le faltaba razón. Sin esa frase a modo de inauguración el jersey no era lo mismo y, dicha su sentencia, ningún frío traspasaba aquella prenda nacida del calor de sus manos y ningún peligro se atrevía a cruzar una lana cubierta con la pátina de su calma. Ojalá en estos momentos tuviésemos todas las manos ancianas del mundo tejiendo jerséis, destino Ucrania, en los que no entren ni las balas.

Quizá ahí fuera las balas se han adueñado de todo porque nos faltan abuelas trenzando el orden del mundo, sin apenas decir nada. Quizá hace tanto frio en todas partes por abrigarnos con materiales sintéticos, hechos por niños en los sótanos del capitalismo. Tal vez nuestros errores se reduzcan a uno que, por mucho que lo repitamos últimamente, no acabamos de rectificar: haber abandonado lo simple, la tierra, la calma, lo nuestro. Eso que, sonando a utopía y recuerdo infantil, unos rebeldes con causa están recuperando, reconvirtiendo en presente y futuro, mermando los argumentos de los que no apostaban por ello.

El verano pasado hablamos de esos rebeldes con causa -ganaderos, pastores, esquiladores, gente del mundo de la moda- que celebraron la tercera velada de la trashumancia, congregados alrededor de la ermita de El Roblo, en Salamón, empeñados en rescatar un tesoro que fue nuestro. Otra mala gestión de un país que, en su continuo desprecio hacia el sector primario y todo lo que roce tierra, permitió que otros explotasen una fuente de riqueza oriunda de nuestras laderas: la oveja merina, su lana y todos los oficios que se derivan de ella. Esta vez no hablaré de su carne ni de productos lácteos. Sólo su lana es capaz de aglutinar cada vez más profesiones por las posibilidades terapéuticas que se están encontrando en esa materia prima totalmente natural. Al final, el tiempo suele dar la razón a quien la tiene y, en un momento en que la palabra ecología va unida a todo, seguir desdeñando la lana que nos regala nuestra tierra, ya resulta tan intolerable como imposible. Por suerte, parece que estos rebeldes empiezan a ganar la partida, la utopía empieza a llamarse realidad y el rio Dueñas regó ayer parte del mundo.

Ayer se celebró la segunda edición del Día Europeo de la Lana, por iniciativa de la Fundación EWE, teniendo como sede España, más concretamente, el Ecomuseo de Lana Merina de Salamón y el Museo del Traje de Madrid. En este encuentro quedó demostrado que el elenco de posibilidades de la lana merina se está abriendo tanto que ya no se reduce al sector textil y ganadero. El mundo de la salud y el bienestar, la moda y el arte han puesto los ojos en ella. En la variedad de talleres que se hicieron, tanto desde Salamón como desde Madrid, pudo verse como, a las manos tejedoras, esquiladores o artesanos, se unieron trabajadores sociales, terapeutas, artistas y ponentes internacionales, participando en conexión directa a través del canal EWE de You Tube.

Ayer Salamón se vio y oyó en el mundo y el mundo vino a Salamón de forma física y virtual. Sin pretender desmerecer ningún lugar, es una pena que los ponentes que han intervenido desde Madrid no se acercasen al origen, a la tierra, para que se oyese como valor añadido el murmullo del rio Dueñas, el viento haciendo de las suyas entre los robles y los fresnos que abrazan la ermita de El Roblo y si me apuras, hasta las campanas de la Catedral de la Montaña, capaces de ponerse bravas, cruzar el puerto de Las Pintas, los valles y lo que haga falta, para hacerse oír en una cita como esa. El caso es que Salamón y las merinas llegaron a Italia, Eslovenia, Chipre, Islas Feroe y Francia. La recuperación de la lana merina española ya está ahí y todos nos beneficiaremos de ello.

Hace días, una huelga de trasporte nos hizo valorar la independencia que da tener una gastronomía de lujo a la puerta de casa y hablamos de regresar de tanta globalización, de economía de proximidad y de valorar lo nuestro. Inevitable repetir el privilegio de pertenecer a estas tierras leonesas, donde hasta el abrigo y el calor nos nace en la montaña. De nuevo, tenemos la tierra, el animal y una cadena de profesionales que, desde el nacimiento de la cría hasta que su lana es una mullida manta, no conocen otra cosa que los pastos naturales con sus vientos, los caminos reales con sus soles, los pastores y sus perros con carrancas.

Y a falta de abuelas, están naciendo empresas de moda con el mismo empeño, sumando sus conocimientos de diseño al objetivo de no usar ni un solo producto químico y que el vellón de lana llegue puro a los telares, a los cuerpos y las camas. Ahora, podremos conjugar una calidad suprema con preciosas y cómodas prendas de diseño, conservando la frase de la abuela porque en ellas «no entran ni las balas».
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