jose-luis-gavilanes-web.jpg

Entre los (h)unos y los (p)otros

José Luis Gavilanes Laso
14/10/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Mientras la izquierda anda a vueltas con la memoria histórica, cambiando el nombre de las calles y a la búsqueda de huesos perdidos por las cunetas; la derecha no cesa de liarse a estocada limpia contra todo aquello que se tuerza hacia la izquierda. Y en la tregua, ambas formaciones a intercambiar mentiras académicas como niños con los cromos.

En lo de posicionarse, me recuerda a un capitán del ejército, de cuyo nombre no me quiero acordar, al que tanta aversión le causaba pronunciar la palabra «izquierda», que cuando en la instrucción mandaba girar hacia ese lado, vociferaba: «¡Media vuelta... ar!», seguido de: «¡Derecha... ar!», tras de lo cual colocaba a la formación en el lado izquierdo sin tener que pronunciar la odiosa palabra.

La izquierda, por su parte, no deja de rezungar sobre la injusticia social e igualdad utópica de derechos y oportunidades. Ni tampoco de incordiar el reposo de los restos de su «excelencia superlativa» en su tumba del Valle de los Caídos. ¡Por favor!, que los huesos del caudillo ya no están para ningún trote, sino, por su bestial piedad, para subirlo como santo a los altares.

Y hablando de altares. Que yo sepa no hubo en León quema de ninguna iglesia durante la guerra civil. Ni asesinato por la chusma roja de curas, monjas o frailes. Sin embargo, sí encierro de miles de presos en San Marcos —más terrible aún que el sufrido ahí por Quevedo hacía trescientos años—, antes de convertirse en hostal y cementerio de virgos asturianos por ir a pasar en él su luna de miel. No obstante, le oí decir a mi padre que en uno de los muros de la Colegiata de San Isidoro apareció la inscripción: ‘¡Rojos, cabrones, asesinos de frailes y de monjas, al paredón’! A lo que un chusco —afortunadamente para él sin identificar—, venido sabe Dios de qué cogorza, añadió debajo: ‘Se hizo lo que se pudo, perdón’.

Si no hubo en León quema de iglesias, sí una gran pira de libros arrojados al pie de la ‘pulchra leonina’ desde los balcones del Ateneo Obrero Leonés, nido de masones y bolcheviques. Sabido es que desde los absolutistas y los liberales decimonónicos se instauró eso de las dos Españas. Y a los (h)unos les dio por chamuscar iglesias e imágenes de santos, y a los (p)otros por incinerar la letra heterodoxa. Los primeros lo hacían por considerar a la religión el opio del pueblo; los segundos porque pensar debilita seriamente el adoctrinamiento y la uniformidad. A mí, como a don Antonio Machado, una de esas dos Españas «me hiela el corazón». Que hijos de puta de los dos lados hubo, sí, pero los (h)unos con más disculpa que los (p)otros.

Tan abominable es el fusilamiento del leonés Álvaro López Núñez y su hija Esther en las tapias del cementerio madrileño de La Almudena por los energúmenos rojos; como el de las autoridades leonesas en Puente Castro por los energúmenos azules. Pero, si exhumar restos humanos es «reabrir heridas» del pasado, debería serlo también mantener las placas de «Caídos por Dios y por España» a la puerta de los templos.

No vos aflijáis leoneses de la ultraderecha que no cesa. Todavía podéis zascandilear libremente por cazurras calles como Capitán Cortés, Campanillas, Alcázar de Toledo o Alférez Provisional. O rever el Nodo sentados cómodamente en el diván diseñado por el psiquiatra nazi Vallejo Nájera, para quien ser de la «cáscara amarga» es una malformación genética, una tara mental. Que en esta vida hay que ir como Dios manda, cara al sol con la vista alegre, camisa nueva y mano derecha bien alta y extendida. Que en la otra vida, el mismo Dios dirá.
Lo más leído