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Entre la lucidez y el desánimo

14/09/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Así entienden algunos críticos que andanuestro escritor leonés, Luis Mateo Díez, en su recientísimo libro ‘Los desayunos en el café Borenes’ en el que se enfrenta a la valoración de la narrativa, que él suele llamar «de entretenimiento», cuyos enormes tochos abarrotan las estanterías de librerías y grandes almacenes, supermercados, estaciones, terminales de aeropuertos, y grandes espacios en general, amenazando con haber descubierto los enigmas, los misterios, y los intríngulis de todo lo habido y por haber.
Lo que no señalan es que no es de ahora sino de siempre ese su andar entre la lucidez y el desánimo. Y lo que sucede es que, al cabo ya de todo recato, se permite el lujo de «contar» al público lo que siempre contó a sus conocidos, entre los que se encuentra este cronista por haber formado con él y otros el ‘equipo Claraboya’ de feliz recordación, en una exposición (Avda. Independencia 18) inaugurada el viernes 11 en el Centro de Arte de la Diputación.

Tal vez sea uno de los escasos y dolientes privilegios de la vejez; el permitirse denigrar el triunfo de los zombis escritores que pululan entre la niebla camuflados bajo nombres que muchos tienen por irreales o por equipos de trabajo, aunque se trate de gentes de verdad. ¿Cómo no dejarse seducir por el espectáculo de sus manoseos de los tomos de esos libros llamativos, dudando si echarlos a la cesta de la compra, a pesar de su precio, o, a veces dejándolos en la pila con dolor? Dice Luis Mateo que son «novelas que no son novelas, escritas por novelistas que no son novelistas, para lectores que no lo son».

Y si nada es lo que parece, y a uno la edad le ha ido dotando poco a poco de la necesaria lucidez, ¿cómo no irse abandonando al desánimo ante semejante espectáculo de inanidad? ¿Cómo no sentir pesar porque toda esta buena gente no aproveche mejor sus recursos y su tiempo libre y deguste las ‘delicatesen’ que algunos grandes cocineros preparan para ellos con amor? No es exigir, sino sentir pesar. Y eso es lo que hace uno de los más grandes de nuestras letras leonesas, cuya maestría casi nadie se atreve a discutir. ¿No tendrá algo, o mucho, de razón? ¿No estará esta sociedad de consumo dedicando demasiada devoción a unos dioses falsos de toda falsedad? ¿No estará alimentando demasiados ídolos de barro? ¿No se estará atufando el personal con el incienso neutro de los turiferarios de la vacuidad más vacua?
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