antonio-trobajob.jpg

Entre el estar y el no ser

23/12/2018
 Actualizado a 07/09/2019
Guardar
El pasado lunes el papa Francisco cumplió 82 años de edad y en marzo llegaremos al sexto aniversario de aquella elección sorprendente en el cónclave que siguió a la renuncia del papa Benedicto XVI. Estas efemérides ocurren cuando en torno al papa Bergoglio llueven admiraciones… y gotean críticas. Permítanme que, aprovechando las circunstancias, hagamos un rastreo por algunas de las opciones fundamentales de este Papa que los cardenales fueron a traer «casi desde el fin del mundo».

La primera es la fe en Dios, inquebrantable, caliente, serena. Ante las instituciones europeas, en Estrasburgo, confesará tener una «esperanza en el Señor que transforma el mal en bien y la muerte en vida», y una ciega confianza en la Virgen María: «Caminamosmás seguros y todo el miedo se desvanece, si nuestra Madre nos lleva de la mano». Por eso es hombre de oración, en la que se sumerge con facilidad y hondura, hasta el punto de que en esos instantes su cara pasa a ser totalmente otra. De esa experiencia de un Dios «que se llama misericordia», brota en Francisco la alegría, el denominador común de todo su mensaje en obras y palabras: «la alegría del Evangelio». Y por eso dirá: «¡Qué feo es un obispo triste!».

Por otro lado, reconoce que los demás son fuente de contento, como les dijo a los jóvenes en Brasil: «¡Para que mi fe no esté triste he venido aquí!». Y eso, pase lo que pase, aunque se caiga en las miserias personales más vergonzantes: «En la vida podemos hacer cosas feas, muy feas. Pero nunca desesperarnos por volver a casa, porque el Padre nos espera allí».

Esta fe provocará la cercanía al otro (su obsesión por «la cultura del encuentro»): «La auténtica adoración a Dios no lleva a la discriminación, al odio o a la violencia, sino al respeto por lo sagrado de la vida, al respeto por la dignidad y la libertad de los demás y al amoroso compromiso con el bien de todos». De ahí que busque la distancia corta de la palabra improvisada, hablar «de corazón a corazón» y lanzarse a «abrazar, abrazar», ya que «todos necesitamos aprender a abrazar a quien está necesitado». La experiencia más bonita será «el contacto con la gente». Por eso en la Iglesia, ‘hospital de campaña’, el Papa nunca bloqueará el diálogo. «Mi puerta está siempre abierta», dirá.

Nada criticable en estas opciones. ¿Entonces…? Será cosa de las formas. Y es que algunos no entienden otra opción más: «Ser normales… Tenemos que acostumbrarnos a ser normales». La vieja y liosa tensión de no ser del mundo y, a la vez, estar en el mundo.
Lo más leído