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Entrar sin llamar

29/03/2021
 Actualizado a 29/03/2021
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Después de un año de restricciones y de continuas limitaciones, de normas que cambian de un día para otro –muchas veces sin sentido alguno y otras con tantos resquicios posibles que es muy fácil burlarlas– habrá visto que por el bien de su bolsillo debe cumplir algunas disposiciones que rozan la tomadura de pelo, como es el ejemplo de permitir que vengan todos los días aviones de niñatos franceses a emborracharse a Madrid pero usted no puede ir a ver a sus hijos a la capital de España porque vive en León. O en Segovia o Toledo, a una hora en coche.

Ellos tampoco pueden venir a ver a sus padres al pueblo en Semana Santa, no vaya a ser que contagien, pero si el que viene a pasar unos días de asueto, de sol y de buena mesa es un alemán o un inglés a tostarse en la playa y a beber como si se fueran a terminar la cerveza o la sangría le abrimos las puertas de par en par. Y ya no voy a insistir en el tema de las pateras, porque con la piel fina que gastamos ahora los españoles es posible que siente mal a la progresía, pero aunque nos pongamos a mirar a otro lado el asunto ahí está.

Ahora que llega el buen tiempo y tiene una casa con jardín, una bodega o un merendero para disfrutar de él y en el que los fines de semana o en las fiestas le gustaba recibir a sus amigos y familiares, usted no puede poner la parrilla ni sacar un vino bueno ni cortar jamón para pasar un buen rato en compañía porque son más de media docena de personas o porque no son lo que tan de moda se ha puesto esta temporada y se denomina convivientes.

Seguramente y cortesía aparte, cuando aún se podían dejar las puertas abiertas o la llave puesta, recuerde la costumbre de entrar sin llamar en casa de sus tíos, de sus abuelos, de los vecinos o de sus amigos. La inseguridad creada por la delincuencia que aviva una política penal inerte, compasiva con el ladrón e injusta con el vecino de bien, hace tiempo que obligó a cerrar las puertas y a poner timbres. Pero la pandemia esta del siglo XXI exige pedir salvoconducto, autorización y hasta perdón por llamar a la puerta de un pariente o amigo, incluso pagar una multa si no se hace.
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