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Entonces yo era feliz, y no lo sabía

25/06/2022
 Actualizado a 25/06/2022
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Hasta hace unos días, permanecía en la cartelera de uno de los cines de nuestra capital ‘Cinco lobitos’ un estreno español ópera prima de la cineasta Alauda Ruiz de Azúa, que ha triunfado en el Festival de Málaga siendo galardonada con la Biznaga de Oro a la mejor película española.

Se trata de una historia familiar en la que la irrupción del nacimiento de un bebé trastoca la vida de una joven pareja obligando a los abuelos a ejercer como tales. La sobrevenida y grave enfermedad de la abuela Begoña, propicia el que su hija Amaia, madre primeriza, se vea abocada a renunciar a un brillante futuro como traductora por cuidar a las dos mujeres más queridas de su familia. Durante este periodo de acercamiento madre e hija, entre las que siempre hubo cierta barrera que les impedía fluidez en la comunicación, se rebela también el padre, que pretende compensar con su dedicación tardía, un pasado de ausencias que dejaron soledad y dolor a los suyos. Este será un tiempo en el que los secretos familiares emanen reabriendo viejas heridas.

Un día, el padre de Amaia, decide regalarles una sorpresa proyectando un pequeño metraje, confeccionado con estampas paralelas de Amaia, cuando era bebé, y escenas recientes de la pequeña nieta. Durante el visionado, el rostro demacrado y los cansados ojos vidriosamente enfermizos de Begoña, parecen reverdecer, mientras ella pronuncia una frase lapidaria con cierta unción catártica: «yo entonces, era feliz y no lo sabía».

Ahora que ya preparamos los numerosos informes que hemos de entregarles este extraño curso sin septiembre, en pleno proceso de evaluación para ellos y a para nosotros; en este tiempo en que también es preceptivo y conveniente hacer memoria de lo vivido, se agolpan en nuestra mente estampas y recuerdos de esos momentos de complicidad en el aula.

Como cuando acudíamos en tropel a la biblioteca para degustar un libro entre risas y chascarrillos, pero conseguíamos que todo el mundo leyera algo en voz alta, o cuando aquella tímida morenita, con nombre de guerrero indomable, se soltó en la exposición oral delante de sus compañeros hablando sobre el miedo. ¿Y la que realizó aquella brillante disertación sobre los sucesos acaecidos en Chernóbil? O el sepulcral silencio de 4ºB mientras una voz flamenca gemía llorosa sobre aquellas voces de muerte que sonaron cerca del Guadalquivir…

Esos momentos de lucidez que llamamos aprendizaje significativo, porque el alumnado conecta lo aprendido con lo que ya conoce, en los que fluyen y bullen las conexiones neuronales.

La anécdota más reciente, sucedía justo el último día de clase. Ante la vuelta de una profesora tras un largo periodo de ausencia, una alumna con nombre de estampa colorida decía: «pues a mí esa profesora me cae bien. Un día me dijo que le gusta cómo huelo, porque mi olor le recuerda a las galletas que su madre hacía en el pueblo». Delicias de aula. A nosotros también nos gusta acariciarles el alma porque sabemos que captan y agradecen nuestro cariño. Son muchas horas encontrándonos con sus jóvenes miradas.

Contemplo, como desde lo alto de una colina, al año escolar que ya fenece.

Entonces yo era feliz y no lo sabía.
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