pedro-j.-abajob.jpg

Entierros (aún más) tristes

09/02/2015
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
Incluso si hay que asistir por compromiso, sin conocer al finado y con una relación superficial con la familia, un entierro nunca es momento de ocio ni espectáculo. Tampoco para que los graciosos puedan hacer chistes o los aficionados al photoshop montajes de esos que circulan por las redes sociales y los móviles, como el de los tres osos polares paseando frente a la Catedral de León y que, casi con total probabilidad, habrá recibido por más de una vía.

La nieve ha tenido la culpa esta semana de que varias familias de la montaña sufrieran auténticas hazañas para dar sepultura a unas personas que se despidieron de este mundo sin saber que el temporal iba a complicar peligrosamente su camino hasta el cementerio y que ni el cura podría acercarse para dedicarles el último responso a cuerpo presente.

Cualquier funeral provoca desazón pero hay entierros que pueden ser aún más tristes; como el de Jacinta o el de María, donde los avatares para llevar los cuerpos a su última morada fueron noticia por suceder una adversidad tras otra. Pero también son más desgraciados de lo normal los entierros en los que el finado no logra reunir en el cementerio más que al cura, al empleado de la funeraria y al enterrador o esos pocos difuntos para quienes, sin pudor, la familia pide que se incinere el cuerpo –previamente abandonado en una residencia a 400 kilómetros– y se le envíe la urna por una empresa de mensajería. Qué desgracia morirse de pena, ¿no cree?
Lo más leído