03/07/2022
 Actualizado a 03/07/2022
Guardar
Hay vicio con el enterramiento de ferrocarriles. No así con otros obstáculos de los trazados urbanos, sobre todo si benefician a automóviles o a eso que llaman ahora dispositivos para la movilidad urbana sostenible. Presuponiéndose siempre en ello las mejores intenciones, lo cierto es que debemos concluir que han triunfado las tesis e intereses de las grandes constructoras de infraestructuras, que son en definitiva quienes diseñan, junto a los especuladores del suelo, los espacios en que vivimos. Esos intereses ni son precisamente sostenibles ni contribuyen al bien común.

Puedo compartir esas soluciones cuando el paso de los trenes constituye un peligro evidente. Del mismo modo que entiendo que una autovía reduce notablemente los riesgos para la circulación. Pero no estoy de acuerdo en que una línea ferroviaria sea un estorbo mayor que una avenida de cuatro carriles, dos en cada sentido y sin mediana, como la que me recibe cuando salgo del portal de mi casa. Ni siquiera los pasos de cebra, cuando los hay, evitan atropellos. No se levanta en esos casos ningún clamor contra tales inconvenientes para la habitabilidad en nuestras ciudades. Parece que el tráfico sólo puede ser limitado por razones de contaminación, algo a lo que, por cierto, el tren no contribuye, como si no existieran otros motivos más corrientes para limitarlo y restringir los espacios que ocupa de un modo más bien bárbaro. No, lo que molesta es el tren, posiblemente el transporte más amable de cuantos hoy existen y que merecería otro tipo de consideración. Nuestro vicio en cambio es su enterramiento sin más contemplaciones.

Digo nuestro y debiera decir el de quienes sacan rédito de esas obras grandiosas. La vida serena en las ciudades, sobre todo si son de medio tamaño, reclama otras prioridades mucho menos faraónicas, desde luego menos tributarias de la circulación rodada. Ver pasar los trenes, imaginar sus destinos y evocar los paisajes que recorren cotizan al alza en los bancos de la serenidad.
Lo más leído