20/11/2019
 Actualizado a 20/11/2019
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Decía Ortega y Gasset que el ser humano tiene la capacidad de ensimismarse, de volverse sobre sí mismo, de aislarse del entorno, a diferencia de los animales que viven en constante alteración, pendientes del ‘alter’, de lo otro, de lo que no son ellos mismos.

Aunque –parafraseando a Unamuno, ahora de moda su figura, no así, por desgracia, sus libros– he visto gatos más ensimismados que muchos humanos, puedo estar de acuerdo con esta diferencia específica e, incluso, diría que es esta capacidad de pensarse a solas origen y causa de los logros de la civilización humana.

Sin embargo, también se puede morir de éxito y nuestra civilización ha llegado a un punto en el que hay demasiado ruido, demasiados estímulos externos que desvían y entretienen nuestra atención, impidiéndonos elaborar pensamientos profundos. De alguna manera, nos estamos animalizando, retrocediendo.

El acto de leer nos regala el beneficio de generar silencio en mitad del tumulto y soledad en medio de la multitud. Leer nos permite ensimismarnos y, siguiendo el argumento, nos hace más humanos. Aunque para este fin nos vale leer hasta un manual de una lavadora, si elegimos un buen libro, los efectos salvíficos se multiplican. Y dentro de los libros, nada más saludable, que volver a los clásicos.

Los clásicos son clásicos porque captan la esencia del humano y de lo que acontece. Por esto nos sirven como guías para comprender los sucesos presentes, porque también son capaces de poner orden y serenidad en la desperdigada realidad de lo inmediato.

En estos días de tribulación, yo he vuelto a Maquiavelo: «No hay ni ley ni ordenamiento más digno que aquél mediante el cual se instituye una verdadera, unificada y santa república, en que se aconseje con libertad, se delibere con prudencia y se ejecute con fidelidad; en la que los hombres sientan la necesidad de abandonar sus conveniencias personales en la deliberación de los asuntos para mirar al bien común, en la que no exista quien alimente los odios, las enemistades, los contrastes y las facciones que originan muertes, exilios, dolor para los bondadosos y exaltación para los malvados, sino que éstos se vean plenamente perseguidos y sofocados por la ley».

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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