Enseñas de nuestra esencia

Los pendones forman parte de nuestra historia. De nuestra cultura. De nuestra esencia. A lo largo de los siglos –tradición heredada de generación en generación– han sido identificación inequívoca de los concejos, símbolo de nuestros pueblos. Hace unas cuantas décadas, es cierto que cayeron en desuso en algunos lugares; pero no lo es menos que, de un tiempo a esta parte, en general, se han potenciado, y muchos de los que se habían perdido, han sido recuperados.

Llevar el pendón de tu pueblo es, desde luego, motivo de orgullo. Eso te lo puedo contar en primera persona, que en alguna ocasión he podido echar al cinto el de Losada. Y no es para menos pues es, en definitiva, la enseña que te recuerda tus orígenes, y eso tiene mucho que ver con quién eres…

No se sabe cuándo ‘nacen’ los pendones, aunque dicen los estudiosos que probablemente haya que remontarse a contextos de guerra en tiempos medievales, cuando servirían para reconocer con facilidad dónde encontrar a los partidarios de cada bando, en una época en que no había ejércitos organizados como hoy los entendemos, ni uniformes; y las alianzas entre nobles y concejos no eran siempre las mismas.

Bien pudieron ser esos primeros pendones telas unidas a las lanzas de los soldados que, con el tiempo, y para ser más visibles y desde más lejos, fueran cambiando esas lanzas por mástiles de varios metros de altura.

Sea como fuere, lo que sí parece claro es su función de representación, tanto en el ámbito civil como en el religioso –que han estado muy próximos durante buena parte de la historia–, que se mantiene hasta nuestros días. Los colores más habituales son rojo –identificativo del Reino de León–, verde, azul y blanco.

Te decía antes que los pendones forman parte de la esencia leonesa. Y ahora, además, acaban de ser declarados Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial. Así lo acordaba el pasado jueves la Junta de Castilla y León, y se publicaba antes de ayer en el boletín. Y, oye, justo es su reconocimiento.