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Enfermos y enfermedades

16/08/2020
 Actualizado a 16/08/2020
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En reciente conversación, un amigo médico me confesó que últimamente, dada la actual coyuntura sanitaria, no hay enfermos sino enfermedades. Como así se dice en la serie televisiva del Dr. House. Ello contradice la tradición inaugurada por Hipócrates, padre de la medicina occidental, quien afirmaba en su intención de individualizar la medicina que «no existen enfermedades sino enfermos»; o, lo que es lo mismo, que cada enfermo es un mundo diferente. Veinticinco siglos después, Gregorio Marañón hacía suyo el pensamiento hipocrático, dando al mismo el valor de actualidad con el paso del tiempo.

Una serie de vicisitudes está originando que la atención del enfermo en la Sanidad pública se esté deteriorando a causa de la rebaja presupuestaria: largas listas de espera, consultas saturadas, falta de recursos, abandono del medio rural, burocracia... Con lo cual estamos asistiendo a un proceso de deshumanización que se impone hoy siguiendo criterios economicistas y fomentadores de desvío hacia la Sanidad privada, más inmediata en el trato, aunque con menores medios técnicos. No se puede olvidar que la medicina es un negocio y que todo se mueve y remueve por dinero.

Es cierto que con cinco minutos de consulta resulta muy difícil realizar al enfermo una historia clínica completa que contenga los elementos suficientes, tanto físicos como psíquicos, para individualizar el proceso de su enfermedad. No se descubre nada nuevo al decir que el enfermo es una persona. Pero hoy se olvida con frecuencia hacer más caso a pasar pruebas complementarias y al ordenador que al propio paciente. Sin embargo, cuando una persona se siente mal y acude al médico, no es sólo un organismo afectado por agentes patógenos, por los mecanismos degenerativos o por los traumas, sino que toda ella queda implicada, desde su cuerpo hasta su capacidad de pensar y razonar, influida por el dolor o las limitaciones y malestar impuestas por la enfermedad. El enfermo tiene un nombre, una historia, unas costumbres, un entorno..., que va más allá de sus síntomas, de su diagnóstico y simple número de tarjeta sanitaria. Si lo único que interesa es la enfermedad, olvidándonos de quienes la padecen, faltará algo para hacerlo bien. Porque los enfermos quieren ser tratados como personas, no como enfermedades. Es mucho más importante conocer qué paciente tiene la enfermedad que qué clase de enfermedad tiene el paciente. Porqueno todos los pacientes responden igual a la misma dolencia. Y el medicamento más útil que existe en el mundo es la personalidad del médico, su ojo clínico. Éste, con una sola mirada, una débil caricia, unas palabras de aliento logra aliviar el ánimo del paciente. Es como una especie de función apostólica. Séneca lo confirma: «Nada recupera y conforta tanto a un enfermo como el afecto de los amigos». En su visita al médico lo que le lleva al paciente es una esperanza que elimine su preocupación. La medicina centrada en el paciente, no en la enfermedad, hace que la noble finalidad de la atención primaria no sea una simple intermediación. Por otra parte, no se puede actuar con los pacientes como si de objetos se tratase. Hay que tener siempre presente que éstos son seres humanos que acuden a consulta con alguna dolencia física o psíquica y esperan una respuesta del médico diferente a la recibida por quien conocí en la ‘mili’ que sufrió, debido a un mal salto obligado desde un plinto, una fuerte torcedura en una rodilla: –Enfermero,aplíquesele vitamina A, linimento y venda. El siguiente.
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