08/01/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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Tengo un amigo que anda muy acongojado. Hace poco descubrió que le había salido un grano en el culo y como es más hipocondriaco que el protagonista del ‘Enfermo imaginario’ de Moliere, no hace más que hablar del dichoso grano con todo dios, menos con el médico. No va porque tiene pánico de que le diga que tiene cáncer, la palabra maldita. Por lo tanto, como no podía ser de otra manera en esta época tecnológica, lo miró por Internet. Se pasó dos días con sus noches dándole caña al Google y, por lo visto, sabe más del tema que los médicos de la clínica Mayo. Está como loco buscando hierbajos y telares de los chinos, de esos que salen en las películas. Dice que no hay nada como la medicina natural, que no piensa tomar ni una triste pastilla de los laboratorios farmacéuticos, esos ladrones que en lo único que piensan es en ganar dinerito. Yo, tonto de mí, intenté explicarle que lo que realmente tiene es una almorrrana y que no joda más de lo necesario con lo del cáncer, que es una cosa muy seria que no hay que tomarse a risa. Pero no: me llamó ignorante, cateto, mal amigo y no sé cuantas cosas más. No se lo tomé en cuenta, claro, porque él es así y cuando coge carrera con lo de la salud no hay gitano que le pare. Y lo malo fue que otro amigo común va y le da la razón. Me sentí abochornado, humillado, zampado, como se debe de sentir Marie Le Pen entre los partidos de la casta francesa. O como se siente el pobre Sánchez entre los cachondos de Podemos y los ortodoxos de su propio partido.

Perdón. No; no pienso hablar más de política, que luego me lo critican los veinte lectores que tengo. Hoy toca hablar de la salud, de las paranoias, de como tienen amueblado mis amigos el tercio superior del cuerpo. Vamos teniendo una edad muy jodida. Sabemos que nos estamos haciendo viejos pero nos resistimos a admitirlo. En otra época de la historia seríamos viejísimos, pero en ésta somos, (o nos creemos), unos chavales. Y al hacernos mayores, (¡vaya eufemismo!), las goteras comienzan a aparecer. Muchas más para los que fumamos, bebemos unas cervezas más habitualmente de lo necesario, dormimos poco y somos más sedentarios que el ficus del despacho de cualquier director general. Decía Hipócrates de Cos, el primer médico, que «¿qué es eso de comer tres veces al día? ¡Hasta ahí podíamos llegar!». El comía poco y caminaba mucho y por eso vivió 90 tacos, una edad olímpica para aquel tiempo. Don Quijote aconsejaba a Sancho «come poco y cena más poco que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago». Aunque lo dijese el Ingenioso hildalgo, no se le debe de hacer mucho caso: al fin y al cabo lo dijo un tipo que luchaba contra molinos de viento...

Conste que mi colega descubrió la jugada el día de San Esteban, comiendo un cocido por su sitio en el casino de Vegas. Fue al baño y, al limpiarse, descubrió un agente anormal en su intimidad. Es lo que tiene ponerse como la chochona en estos días de desquicie que van entre la nochebuena y el día de reyes. ¡Ay señor!, lo que tenemos que sufrir los mortales... Salud y anarquía.
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