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Encantada, D. Antonio

25/03/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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Espadaña es un término polisémico. Evoca esos lugares donde penden, metálicas, las mensajeras sonoras que propagan tañidos lentos o crispados. Por valles, veredas y campos. Sonoridades que convocan obligaciones sacras y profanas y dan cuenta de buenas nuevas o infortunios. Espadaña, alude también a cigüeñas que, exiliadas por los malos vientos, regresan, como los poetas que se fueron, cuando los tiempos propicios les permiten el retorno para reconstruir sus nidos caídos. Es, además, planta juncal que engalanada las calles en fiestas del Corpus, y que se yergue, vanidosa, como cetro reinante sobre el agua que le da vida y cobijo. Tristemente, la especie se encuentra hoy en peligro de extinción por la lenta desaparición de los humedales. Pero Espadaña fue además un pequeño milagro literario leonés: la revista de literatura más importante ,en una España de posguerra, entre los años 40 y 50. Constituyó medio de expresión poética disidente para Blas de Otero, Dámaso Alonso, el premio Nobel Vicente Alexandre, Luis Cernuda o Luis Rosales, amén de otros importantes artistas de la palabra que nuestra tierra , fértil en literatos, alumbró.

La revista, surgió en la biblioteca Gumersindo de Azcárate, nombre del catedrático leonés cofundador de la Institución Libre de Enseñanza, conocida por su firme defensa de la libertad de cátedra. Cuando su bibliotecario y fiel custodio del ingente patrimonio bibliográfico que alberga esta casa, D. Antonio González de Lama, cerraba sus puertas al público, un grupo de jóvenes leoneses enamorados de las letras , entre los que destacaron Eugenio de Nora y Victoriano Crémer, se quedaba para departir sobre lo humano y divino, capitaneados por aquel hombre de sotana intelectual y mecenas que inoculó en ellos el amor a la sabiduría.

Departía con mi estimado mentor José María Martínez, periodista y secretario de Comunicación Social de la Diócesis de León, acerca del homenaje que el Ayuntamiento de León ha celebrado por el 50 Aniversario del fallecimiento de González de Lama. José María comenzó a desgranarme el dilatado curriculum de este sabio leonés oriundo de Valderas. Confieso que a la par que profunda admiración, sentí una especie de vértigo ante la imposibilidad de retener tal cúmulo de méritos y saberes ostentados por D Antonio. Filósofo, profesor, periodista que ejerció la presidencia de la Asociación de la Prensa, crítico literario, escritor que abarcó prácticamente todos los géneros a excepción de la novela, y además, sacerdote. Ejerció su ministerio, primero en el ámbito rural, urbano después antes de ser nombrado canónigo de la Catedral de León. Al igual que mi muy querido profesor y, compañero en esta casa, D. Antonio Trobajo. Ambos comparten nombre, cargos, orden y estado amén de coincidir en categoría eclesiástica anexa a nuestra pulcra leonina.

La Catedral de León, bella espadaña enjoyada, en la que tantas veces D Antonio González de Lama, hombre de Dios, predicó y rezó y de cuya belleza rezumada, posiblemente, se alimentó.

Encantada D. Antonio.
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