Angel Suárez 2024

En sus labios cobró vida

04/03/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Se puede estudiar y amar una lengua arcaica sin necesidad de pretender imponerla en la Administración Pública, introducirla en las escuelas, o crear enormes pesebres presupuestarios para su promoción, pero sobre todo se puede hacer sin ponerse cursi.

Después de vivir en León durante 45 años me produce una enorme perplejidad leer en la prensa local que el leonés es la lengua de nuestros mayores. Ni mis padres ni mis abuelos hablaron jamás leonés, como tampoco mis bisabuelos, a los que aquellos conocieron bien y aseguran que hablaban un correctísimo español que a su vez habían aprendido de sus padres. Como estos bisabuelos en concreto procedían de diferentes puntos de la provincia, y como ninguno nació antes de que comenzara el siglo XX, resulta que tengo noticia directa de que en cinco generaciones, que nos llevan hasta finales del siglo XVIII, y en un área bastante amplia de la provincia, no hablaba leonés ni Rita. Ello no impedirá, sin embargo, a los que pretendan hacer política con las fablas rústicas, acusar a quienes no les bailemos el agua de no querer a nuestros güelus. Qué bien les iría a nuestros güelus –a los de ahora no los del siglo XII– y a sus pensiones, si no tuviésemos que ver como se dilapida el erario público en la promoción de lenguas y dialectos y en monstruosas y caciquiles Administraciones autonómicas a lo largo y ancho de toda España.

Junto con el sentimentalismo del terruño –la gaita contra la lira– su otro gran argumento es el amor por la cultura. Si el leonés es la lengua de nuestros mayores, hay que remontarse tan atrás para encontrarlos que nuestra distancia sentimental con ellos no es muy diferente de la que tenemos con quienes en esta misma tierra hablaron latín, pero el latín, el idioma en el que se establecieron las raíces de nuestra cultura, presente hoy en las Ciencias y el Derecho, ha sido completamente desterrado de esa educación en la que algunos pretenden introducir el leonés, hoy día reducida a una calamidad pública de tal envergadura que nos daríamos por satisfechos si los educandos consiguieran llegar al bachillerato sabiendo leer y escribir en un español correcto.

En otro tiempo se hubiera dicho que cultura es algo que tiene que ver con leer a Lope de Vega, a Shakespeare y a Virgilio, a ser posible en su propia lengua. Pero hoy no, hoy amar la cultura es decir teléfonu en lugar de teléfono. Espero que al menos se nos permita seguir cantando el himno a León, ese que dice que «en sus labios cobró vida el hermoso lenguaje español».
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