En peligro de extinción

César Mendoza Ordás
25/06/2020
 Actualizado a 25/06/2020
Estas sentidas palabras van para una generación en peligro de extinción, una generación que ha dado todo a los demás, desde sus inicios, hasta ahora en lo que parecen sus finales: nuestros abuelos. Ellos crecieron soportando duros trabajos desde la niñez, una terrible guerra civil en la adolescencia, una crisis agrícola y económica en su adultez, y ahora, en su vejez, un virus mundial con nombre de sulfato para su campo. Se recordará como esa generación que creció trabajando nuestros campos como sustento, cuidando y cultivando la naturaleza, tomándola con pasión como modo de vida.

Y ¡ojo! , no estamos hablando de un modo de vida fácil. La única tecnología que se manejaba era el cálculo del ángulo de la azada al caer y de forma práctica, es decir, a base de dolor de riñones tu cuerpo aprendía la justa combinación en que debías utilizar aquella herramienta tan sofisticada. Si lo comparamos con el presente, sería como comparar crecer entre algodones y entre cantos rodados.

Muchos de ellos no acudieron a la escuela, trabajaron y trabajaron desde niños con el fin de ahorrar para formar una familia, una gran familia. Siguieron cultivando el campo toda su vida, viendo como cada vez que evolucionaba el comercio, de forma paralela a la sociedad, ya no podían vender su producto directamente al consumidor, sino que tenían que ver cómo de la nada las grandes empresas comenzaban a especular con los precios de sus cosechas, hasta el punto de llegar a darles una cantidad ínfima comparada con el precio final del producto… Y no hablemos de la guerra civil, dónde de la noche a la mañana se vieron verdaderas atrocidades, incluso entre vecinos, por diferencias en sus ideas políticas.

A pesar de ello aguantaron, siguieron poblando toda la zona rural de nuestro país y más particularmente de nuestra comunidad autónoma, Castilla y León, donde residen un gran porcentaje de estas personas hoy en día, en comparación con su distribución por el resto del país. Siguieron habitando lugares que cada vez se abrían más a un nuevo turismo que aparecía en la sociedad, dónde se prefería la tranquilidad de estas zonas a los agobios de las zonas costeras y las grandes urbes. Criaron y educaron a sus hijos, pagaron sus estudios, sus proyectos, sus sueños…, porque esa era su ‘felicidad’, el bienestar de la familia.

Los tiempos fueron pasando y el desarrollo de la tecnología lo impregno todo, incluida la zona rural, dónde las maquinarias agrícolas cada vez eran más sofisticadas y los sistemas de riego más novedosos, hasta llegar al punto de manejar el mantenimiento de una tierra con un teléfono móvil. Muchos han sido los cambios que esta generación ha ido incorporando a su cotidianeidad porque la sociedad así se lo exigía. Hoy en día en muchas zonas rurales podemos encontrar hasta fibra óptica, que si se lo explicas a mi abuela, pensaría en algún tipo de material que tejido con soltura sería invisible al ojo humano.

Estos cambios eran viables para las personas mayores, dentro de su adaptación a este mundo moderno que tan poco se parecía a lo que ellos habían imaginado. Antes se sabía que para cosechar algo, era necesario haberlo sembrado con anterioridad, habiéndolo cuidado con mimo y amor, ahora todo se quiere aquí y ahora.

Sin embargo, el final a esta etapa, a esta generación que ha vivido, por y para los demás, está siendo de lo más nefasto. Las personas mayores están siendo los mayores damnificados por esta plaga vírica que, de la noche a la mañana, ha invadido el planeta y causado tanto dolor. Que muchos se hayan ido así, sin ni siquiera una digna despedida me parece miserable, no por el hecho, que también, pero sobre todo por las circunstancias tan raras que lo han motivado.

La poca representación que les queda se encuentra aislada en casas o centros residenciales, con miedo y con un futuro negro, ya que los médicos inciden en que, al igual que la gripe, el Covid-19 volverá mutado de alguna manera. Y todavía escucho mucho decir a la gente: ¡Pero si son los primeros en salir a la calle a pasear! Ustedes creen, compañeros, que si una guerra civil no pudo con sus ganas, una cosa invisible a sus ojos lo iba a conseguir… Está claro que no.

Este escrito es mi homenaje para todos ellos, los que están y los que se han ido ya, por lo importantes que han sido para los demás y lo poco valorada que, en ocasiones, ha sido su gran labor y apoyo incondicional. Y por supuesto, dedicado a mis abuelos, Eugenio, Manuela, Angelina y Jesús.

¡Cuidemos a las personas mayores!

César Mendoza Ordás es educador social de Cruz Roja Española en León

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