david-rubio-webb.jpg

En mitad de la nada

11/03/2018
 Actualizado a 13/09/2019
Guardar
Domingo 11 de marzo de 2018 y, a estas horas, los camareros de pueblo siguen sin estar nominados al Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Ni siquiera están entre los postulados. Algunos de los que conozco se merecen directamente el Nobel de La Paz, o al menos más de lo que se lo merecía Obama cuando se lo dieron de forma preventiva, que es como si me dan a mí el de Literatura por mis intenciones de escribir una trilogía de novelas sesudas, y no se lo quitaron después por seguir vendiendo armas. Los bares y los restaurantes que se reparten por las cuatro esquinas de esta provincia son al mismo tiempo centros de día, de salud, culturales, comedores sociales y casinos, y a quienes los regentan sólo les piden el carné de manipulador de alimentos aunque tengan que actuar como asistentes sociales, médicos, analistas políticos, pregoneros y carteros. «El psiquiatra cobra bastante más que yo y tiene que soportar bastante menos», le escuché cierto día sentenciar a uno de ellos, no sé si dirigiéndose a mí o al borracho de al lado. Si el cierre de la escuela es el diagnóstico de una enfermedad irreversible para un pueblo, el cierre del bar es la extremaunción. La Junta de Castilla y León se vanagloria de mantener los colegios abiertos con sólo cinco alumnos, la Diputación presume de su plan provincial de obras sin colores políticos, la vertebración del territorio y la lucha contra la despoblación iluminan todos los discursos institucionales y, a estas horas, los camareros de pueblo siguen sin estar nominados al Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Si estar detrás de una barra es ya de por sí bastante complicado, expuesto a las críticas y las presuntas gracias de la clientela, estar detrás de una barra de pueblo debería formar parte de las subvenciones de políticas sociales. Viven atrapados en el tiempo, sin capacidad de sorpresa, atendiendo a clientes que son al mismo tiempo asiduos y residuos y que saben perfectamente cuándo van a llegar, lo que van a pedir, lo que van decir y lo que van a callar... que al menos en esta tierra suele ser poco o nada. Empeñados en buscar héroes con mandil, más preocupados por los seguidores que por los ingredientes, parecemos empeñados también en olvidar a los hosteleros que mantienen su negocio abierto lejos de esta capital del postureo gastronómico, poniendo la cara, apostando lo suyo, convirtiéndose en felices puntos de encuentro y sorteando módulos, impuestos e inspecciones de quienes crean las leyes sin haber pedido nunca el menú del día. A medio camino entre Veguellina y Villoria de Órbigo llegó un día Xavi Cuadras para hacer de un molino abandonado un restaurante brutal. Aparte de su talento como cocinero, tenía otra virtud clave para su emprendimiento: no tenía mentalidad de leonés. Eso le obligó a luchar contra barreras desconocidas para él y, al mismo tiempo, le permitió crear, en mitad de la nada, un oasis del buen gusto. Murió esta semana y lo único bueno que se puede decir es que lo hizo rodeado por sus amigos, innovando y tendiendo puentes, que fue a lo que dedicó su vida. Eso y que su equipo ha decidido seguir adelante con su Reguero Moro, su sueño hecho realidad que nos deja a todos los leoneses en herencia para que lo podamos seguir disfrutando aunque ya tenga que ser sin sus lecciones magistrales de cómo se come un 'calçot' y sin su inmensa sonrisa.
Lo más leído