En memoria del sindicalista minero Manuel Lastra

Alberto González
03/10/2019
 Actualizado a 03/10/2019
Con setenta y dos años, lejos aún de agotar la media de vida que pretende nivelar la duración de nuestra existencia, se nos ha ido en Laciana un compañero, un amigo, un hombre bueno. Calificativos semejantes no suelen casar demasiado bien, todavía menos en estos tiempos, en alguien del que se sabía sobre todo, más allá de quienes lo conocimos en la cercanía, por ser sindicalista, pero es que Lastra caía bien.

Caía bien a todo el mundo, creo que incluso a quien desde el punto de vista contrario y en posición adversa representaba la rivalidad a sus convicciones, empresarios o patronal competidora en las mesas de negociación. Ni siquiera encontraba antipatía en quienes militaban en idearios políticos antagónicos con los suyos ¿Quién sabe por qué caía tan bien? Puede que la sencillez con que se movía por ahí fuera clave,sin altanería y sin encogerse.

Para los más jóvenes, no era un padre que creía saberlo todo y nos riñera o quisiera que aprendiésemos de sus dictados, era un hermano, el hermano mayor que cuida de los suyos para que en el despertar de las ínfulas juveniles no les suceda algo malo.

Aunque sencillo, yo vi en Lastra verdadera elegancia, esa elegancia que no tiene necesidad de adornarse artificiosamente, ni de ganarse el aplauso con bravuconadas o caer en la chabacanería, en las palabras gruesas.

Cuando dejó el casco, el pico y el bate de caminero, un amigo, y compañero de tajo minero, Mata, promovió su homenaje sindical. El acierto de la idea fue apabullante; no faltó nadie, ni el propio Antonio Gutiérrez, cuando no había transcurrido demasiado desde que se habían visto en el encierro en el pozo Calderón.

Gutiérrez recorrió quinientos kilómetros para estar en el acto y regresar a Madrid viendo cómo se respetaba a un hombre en el que destacaba su cariz de líder cabal, cauteloso y contenido. No sé si sabía Antonio Gutiérrez que Lastra era el más revolucionario de todos nosotros; cuando ya habían pasado unas horas con los cuatro secretarios generales encerrados y se solicitó en asamblea un voluntario más por cada una de las organizaciones sindicales, Lastra se levantó como un rayo y dijo que en CCOO a ese voluntario no había que buscarlo, porque a él, en su sindicato, nadie iba a discutirle ese puesto, durase lo que durase el encierro.
¿Qué haremos ahora, Lastra, ahora que ya no estás? Quizás, con tu misma perspectiva clara, habrá que abrazarse a lo utópico y no olvidar del todo las fuerzas oscuras de los gigantes que se ocultan en los molinos de viento.
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