Angel Suárez 2024

En la salud y en la enfermedad

04/02/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Parece que la mujer de Jesulín de Ubrique atraviesa horas bajas como consecuencia de una fibromialgia, misteriosa enfermedad que causa terribles dolores musculoesqueléticos, fatiga crónica, falta de sueño y problemas de movilidad, y que con frecuencia coexiste con trastornos psiquiátricos más o menos acusados. Como no presenta alteraciones orgánicas de ninguna clase, resulta dificilísima de tratar, y los médicos no se ponen de acuerdo en si se trata de una verdadera enfermedad física o de una somatización de problemas de índole psíquica. Pero existe, basta conocer a un afectado de fibromialgia –afectada, en la mayoría de los casos– para hacerse una idea del drama que supone no sólo la propia enfermedad, sino además las dudas, los recelos y la incomprensión que rodean a estos males que escapan a las analíticas y a las resonancias magnéticas y que se relacionan con problemas nerviosos.

En un programa del corazón, de esos en los que se exhiben, con el peor gusto posible, las mayores vilezas de las que es capaz el ser humano, y que sin embargo registran los más espectaculares índices de audiencia de la televisión, un periodista que narraba hace poco el calvario por el que atraviesa la familia y los recurrentes ingresos hospitalarios de la famosa, terminaba su información diciendo que la única solución que le quedaba a Jesulín para volver a ser feliz era el divorcio. Este parece ser el modelo de relación del siglo XXI, la pareja definitivamente equiparada a la moto, un objeto de deseo, una maravillosa compañera mientras carbura bien, que debemos mandar al desguace y sustituir por un modelo más potente cuando le empieza a fallar el motor. El siguiente paso después de mandar al abuelo a la clínica del doctor Montes.

Qué clase de felicidad podría encontrar Jesulín en abandonar a su mujer en medio del dolor no lo explica el periodista, pero subyace en su razonamiento: la de estrenar un modelo nuevo y evitar mirar a la enfermedad a la cara, compartir el sufrimiento del enfermo y prestarle el afecto y el apoyo que necesita. El camino ancho, que conduce a cualquier sitio menos, precisamente, a la felicidad.

La ciencia avanza a marchas forzadas, encuentra curas para males hasta hace poco mortales, alarga procesos irreversibles regalándonos años de vida y desarrolla tratamientos para aliviar el sufrimiento del paciente, pero de poco servirá si no plantamos cara al modelo de sociedad enferma que se nos intentan vender.
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