En la muerte de Fran

Venancio Iglesias Martín
26/03/2022
 Actualizado a 26/03/2022
Cariñosamente, así lo llamaban. Francisco era el hijo, que los Dioses me habían negado a mí.

No hay cura para esta enfermedad mortal, Tino.

La hora de la muerte prefijada abre todas las preguntas para las que no hay ninguna respuesta y que se resumirían así, para el marcado por ella: ¿por qué a mí?¿Por qué a mí? ¿Resignación?

Esas manos…Esas manos hechas para la caricia y el abrazo, se tuvieron que acostumbrar a una dilatada crucifixión. Su madre, como la Virgen dolorosa que presidía el altar donde reposaban los restos de Fran, me lo dijo: hasta la mirada de su padre le hería: «no me mires así, papá, que me haces daño». Y continuaría diciendo, si el desconcierto de la enfermedad no lo impidiera: «Siento haber defraudado las expectativas que habías puesto en mí. Yo era el llamado para ayudarte a sobrellevar la vejez. Pero fíjate…».

Los poetas y los médicos poseen un sentido estoico de la vida, que procede de la intuición y visión del proceso de acabamiento. El enfermo también. El enfermo es un poeta; porque la vida debe ser concebida como poesía y esperanza, y ¿qué es la esperanza sino la almendra de la poesía? La esperanza y la nostalgia; una con referencia al futuro y la otra con referencia al pasado.

Óscar, que pidió la excedencia para atender a su hermano, no sabía el ‘cuándo’ (la muerte se reserva su secreto de paso), pero el ‘qué’, sí que se lo sabía. Pues ver sufrir al hermano-amigo con quien se ha jugado en la infancia, con el que se han compartido secretos de pubertad y adolescencia… necesita un imperioso temple de sentimientos; y Óscar tiene ese temple.

Ciorán, el pensador rumano, dice: «no corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento». ¡Desconsolador!

A mí, quiero que me despidan como a Fran, por el rito cristiano, lleno de esperanzas y aleluyas y con el contento de haber nacido y haber vivido. –¿Hay que penar y sufrir?– preguntará alguno. ¡Pues claro! El placer de vivir tiene que pagarse con algo como la pena para salvar la ‘armonía’. Dice un querido poeta que murió cuando yo abría los ojos a vida: «No podrá con la pena mi persona // circundada de penas y de cardos. // ¡Tanto penar para morirse uno!»

Fran, desde tu partida, la sombra de la nostalgia ha caído sobre tus padres, tu hermano y tus hijos.

Fran, te queremos mucho, pero con un amor que traspasa las fronteras de la muerte. Por eso te decimos «hasta lueguín», con ese diminutivo leonés que parece que acorta el tiempo, y con esta canción para que ponga la paz en tu tránsito.

Canción de la muerte hermosa.

Unas bellas nubes quietas // sobre un mar que pestañea.// Tiembla el pulso. // Apresura el aire su impulso // y el aliento se recorta, Fran.

Nada altera // esa bella palidez de cera // que la luz matiza.

Tiende tu mano. // Hay visionesa ojos-cierra. // Se apresura el aliento // y sucede pasito, quedo, quedito // la calma, Francisco.
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