En la cuna de la impresionante realidad

Historia, realidad, ficción, documentación, vivencias, sinceridad, aprendizaje, conocimiento, necesidad. Todo eso es Villanueva en su nuevo libro: Soy Francisca, niña cuna

Ruy Vega
26/05/2019
 Actualizado a 16/09/2019
Portada del libro ‘Soy Francisca, niña cuna’ que ha ocupado la mesa de lectura de Ruy Vega este mes.
Portada del libro ‘Soy Francisca, niña cuna’ que ha ocupado la mesa de lectura de Ruy Vega este mes.
Papá, todos los niños, absolutamente todos, e independientemente de su afortunada o desafortunada infancia, deberían tener un lugar en el que poder vivir con dignidad, formarse y poder comer todos los días. Pues esta reflexión tan sencilla, tan obvia, tan sincera, hubo que ponerla en práctica un día. ¿Y sabes cuándo? Soy Francisca, niña cuna, del escritor y politólogo Pedro Villanueva, te lo cuenta. En esta nueva carta te traigo un libro distinto, de los de lágrima por realismo.

El libro que Pedro nos regala, papá, es para leerlo con suma tranquilidad. Debes ser fuerte, sincero contigo mismo y que nadie te distraiga de cada una de las líneas que, cargadas de historia, nos golpean con fuerza. Porque hay cosas que hoy en día damos por obvias, pero que alguien, en algún momento, tuvo que hacer por primera vez, seguramente olvidando lo que el resto le decían y advertían, seguramente nadando contracorriente, seguramente en muchos momentos a solas, sin ayuda. Y así, precisamente así, puede que comenzase este duro camino, el del Hospicio Real, convertido hoy en el hotel Reconquista de Oviedo. Es como si el propio destino tuviera marcado un camino caprichoso, en el que convertiría una edificación en la que inicialmente estarían los más débiles de una sociedad, por aquel entonces devoradora, en un lujoso y reconocido hotel, hoy en día uno de los emblemas de una hermosa ciudad.

En su día me enseñaste, una y mil veces, qué era lo importante. Entre todo ello, siempre me remarcabas el poder hacer algo por el prójimo. Hubo quien lo hizo buscando a aquellos niños que no tenían un lugar en donde ni caer en desgracia y, gracias a gente con valor, mucho esfuerzo y, por supuesto, algo de suerte, pudieron tener una vida, para aquel entonces, menos mala. Gente capaz, como el propio Pedro nos transcribe, de escribir con dureza algunos de los motivos que les empujaron a aventuras como tratar de establecer las Casas Cuna: «Espero entiendan la dificultad de mi empresa y el enorme estudio social económico y político que tuve que realizar, todo ello sin olvidar el motivo máximo de mi desvelo: la caridad y el amor hacia los más desfavorecidos, de una parte, y el castigo de los que viven a expensas de la caridad cuando no la necesitan, por la otra».

A Pedro lo conocías, papá, por su novela ‘La huella de Roma’, de la que espero ya te llegase la carta que te escribí, hace más de un año. Pero no sería sincero si no te contase que ha dado un paso más allá. Ha escrito un libro que debería estar en muchas estanterías, sobre todo en aquellas que quieran conocer no solo nuestro pasado, sino el por qué de algunas cosas. Lo que ha hecho el autor en este libro, con el enorme y gigantesco estudio histórico y documentación que ha supuesto, es para escribirlo con letras de oro.

Recuerdo ahora novelas de las que aquí ya hemos hablado, como ‘Una chica sin suerte’, de Noemí Sabugal o ‘Cicatrices de charol’, de Berta Pichel, cuyo contexto histórico, a buen seguro y al igual que con Pedro, ha supuesto casi tantas horas para sustentarlo como horas para escribir cada una de las páginas. Y puedo ponerte un ejemplo, es un texto extraído de sus primeras páginas, como podrían ser muchos otros: «El Consejo de Castilla siguió marcando el ritmo del Gobierno de España y desaparecieron la mayoría de los Consejos y con ellos el modelo ‘polisinodal’ de Gobierno de los Austrias.

Por un lado, aumentó el papel de la Secretaría de Estado y Despacho dividido en: Hacienda, Estado (Asuntos Exteriores), Guerra, Gracias y Justicia, Marina e Indias, cuyos titulares eran meros ejecutores de la voluntad del Rey soberano». Este pequeño párrafo, a buen seguro, ha llevado días, quizá semanas, en documentación. He tenido la fortuna de poder hablar con el autor, y escuchar cómo ha logrado parte de la documentación ha sido, sin duda, un motivo más para afirmar el enorme trabajo que ha sido este libro.Permíteme que te haga un pequeño inciso, ya que siguiendo el mismo orden que aparece en el libro, tan solo dos páginas después se nos enseña cómo la política, o mejor dicho, la economía de un país, ya hace centenares de años que tenía unos pilares que hoy en día se siguen buscando: «durante el siglo XVIII, se intentó consolidar una clase media capaz de impulsar el crecimiento económico y el desarrollo cultural». Una pena que hoy en día la cultura no tenga el empuje que se merece de la mayoría de nuestros gobernantes. Pedro no únicamente nos muestra lo escrito o vivido a través de párrafos y palabras, sino que incluye parte del trabajo de documentación que ha necesitado para esta maravilla. Así, papá, te habría gustado ver las fotografías que se muestran en alguna de las páginas. Y es que no únicamente son de los edificios, que también, sino incluso de cartas o documentos originales, pudiendo apreciar en toda su complejidad y fuerza el contexto histórico de aquellos momentos en los que las primeras Casas Cuna comenzaban una andadura, más que justa y necesaria, por España.

El autor nos entrega páginas y páginas de historia, pero también hace algo original y que encaja perfectamente. Papá, Pedro ha introducido pequeños relatos, textos yvivencias ficticias entre la realidad, no sin ello dejar de ser, seguramente y para alguien como yo, ignorante de esto. Todo el conjunto me lleva a conocer mejor a las personas y personajes de aquellos días. Así, te extraigo parte del texto de uno de ellos, que por fuerza y necesidad creo que debe quedar plasmado en esta carta, pues cuando la leas no te sacará una sonrisa, pero sí el orgullo de alguien que, como la mayoría de nosotros, ven en una madre algo más que quien te dio la vida para convertirlas en el eje esencial de nuestro largo caminar por el rumbo del destino. Y es así como, en uno de estos relatos, se nos muestra todo el bien que hicieron, en la mayoría de los casos, estos nuevos hogares. Una de nuestras protagonistas nos dice: «Nunca llegué a ser madre, pues lo fui todos los días de mi vida, y aunque conocí amores, ninguno dejó en mí el poso suficiente de sentimiento como para querer compartir con hombre alguno, un corazón que pertenecía hacía mucho a los más pequeños de esta Real Institución».

A ti, que tanto amabas a los niños, que tanto esfuerzo ponías en nosotros y que tantas veces nos fijabas, con fuerza, la importancia en que fuéramos precisamente niños, te encantaría leer una de las reflexiones que, como antes te comentaba, uno de esos personajes ficticios pero de real vivencia nos dice: «El juguete lo puse en manos de las niñas, no sin antes tener una pequeña disputa con el rector del Hospicio, pues no quiere que los menores distraigan la atención de sus quehaceres diarios. Pero juegan y ríen, corren en grupo como una pequeña manada de lobos jóvenes, olvidan por un momento su vida y se dan al juego y a las chanzas, que deberían ser los verdaderos trabajos de estos pobres desgraciados».

Tenía, papá, muchas más frases y textos extraídos del libro para remitirte en esta carta, pero tampoco quisiera que fuera demasiado larga, estoy seguro que ya te habrá despertado la curiosidad y que será uno de los libros que querrás tener entre tus manos. Puede que en una segunda te siga hablando de este libro y que entonces te detalle línea a línea todo lo que he anotado en él. De momento, y antes de cerrar, no quisiera despedirme sin decirte que, como niño, te sigo echando de menos y que tenerte en mi vida fue como tener, siempre, no solo un padre, sino también un amigo.

NOTA: no puedo finalizar sin mostrarte una de esas líneas que el libro contiene, y que te sacará una sonrisa, allí donde ahora estás. Nos dicen que, en una carta al rey, se escribe: «Conoce el mundo, que el objeto de los soberanos es hacer felices a sus vasallos». Pues eso. (Eso que no se hace, claro)
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