30/09/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Dicen en este León nuestro que las fiestas grandes en la capital son las de San Juan y San Pedro. Pues, oye, digo yo que será por eso de que dan las vacaciones en los colegios y suele hacer buen tiempo… No sé tú pero, vamos, yo no las cambio por las de San Froilán ni de broma.

Son estos unos días en los que uno presume, más que de costumbre, si cabe, de ser leonés; de formar parte de un pueblo fascinante, con una historia, una lengua, unas costumbres, unas tradiciones, … una cultura –una forma de vida– en definitiva, forjada a lo largo de los siglos.

Y es que durante las fiestas de San Froilán se respira –llamémoslo así– ‘leonesidad’ en la calle, coincidiendo con algunas de nuestras tradiciones más emblemáticas: las Cantaderas, que rememoran nuestra victoria a finales del siglo IX frente a los musulmanes en la batalla de Clavijo; los carros engalanados, que recuerdan las romerías del ayer; o los pendones, símbolo inequívoco de nuestros pueblos.

Y eso por no hablar de los chorizos y las morcillas, o de las rosquillas; o de las avellanas, que son ‘perdones’ aunque no tengas –digo yo– que disculparte con tu pareja por dejarla de lado en un día de fiesta.

¿Y qué me dices del mercado de las tres culturas? Le da otro aire a la ciudad, ¿a que sí? Lástima que se pusiera tan solo durante el fin de semana pasado, y que no lo tengamos en los días grandes. Mira que me gusta a mí pasear por entre los puestos, disfrutando entre compra y compra de las distintas actividades programadas. Hay momentos en que casi puedes trasladarte, de alguna forma, al León de unos cuantos siglos atrás, ¿no te parece?

En uno de esos puestos, mientras decidía cuánta cecina llevarme, me comentaba el tendero, hablador él, que había en el mercado un ambiente muy leonés; y me decía con cierto gesto de sorpresa que la gente, al pasar, miraba con cara de extrañeza –cuando no de rechazo– un cartel que rezaba ‘alimentos de Castilla y León’ y una bandera autonómica que había colocado como reclamo. Y se empeñó en enseñarme uno y otra, arrinconados en una esquina, a la vez que me contaba cómo había optado por esconderlos.

Pues mucho mejor así, claro.
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