En este ballet no hay princesas

La Royal Opera House de Londres recuerda a Kenneth MacMillan en el 25 aniversario de su muerte con ‘Manon’, pieza en tres actos con música de Massenet que se exhibe este jueves en los cines Van Gogh

Javier Heras
03/05/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Sarah Lamb y Vadim Muntagirov son los intérpretes del ballet ‘Manon’.
Sarah Lamb y Vadim Muntagirov son los intérpretes del ballet ‘Manon’.
«Estoy harto de cuentos de hadas», solía decir Kenneth MacMillan. El genio del ballet británico de la segunda mitad del siglo XX, autor de más de 40 títulos, creó en ‘Manon’ una de las protagonistas más atípicas del repertorio. Ni princesa ni «buena chica»: una joven ambigua, egoísta, avergonzada de ser pobre, detestable pero irresistible, a la que vemos degradarse sin redención, aferrada a un mundo al que no pertenece. Y, pese a todo, un papel soñado por las bailarinas gracias a sus exigencias técnicas y sus posibilidades dramáticas.

En el 25 aniversario de la muerte del coreógrafo, el Royal Ballet rinde homenaje al que fuera responsable de la compañía entre 1971 -cuando sucedió al maestro Frederick Ashton- hasta su muerte en 1992. Para ello recupera uno de sus trabajos más importantes. Este jueves, los cines Van Gogh lo emitirán en directo desde Londres a las 20:15 horas.

El título y el personaje nos suenan: Manon Lescaut ha fascinado a dramaturgos y compositores. En la novela ‘Las aventuras del caballero Des Grieux y Manon Lescaut’ (1731), del abate Antoine François Prévost, la joven –obsesionada por la riqueza– arrastraba a la ruina a un estudiante enamorado. Aquel tumultuoso romance inspiró dos de las óperas más queridas del repertorio, la de Massenet (1884) y la de Puccini (1892), y hasta una película de Clouzot (1949), ganadora del León de Oro en Venecia. En este ballet, la (anti)heroína no solo es víctima de sí misma, sino también de su entorno, su manipulador hermano y los libidinosos pretendientes. MacMillan insistió en el realismo. Heredero de la tradición neoclásica, aportó emociones a flor de piel y personajes verídicos, que parecen latir. «Se rebeló contra la danza como entretenimiento ligero. Fue el primer coreógrafo que expresó lo que no podía verbalizarse, la ansiedad de la generación de posguerra», señala su biógrafa Jann Parry.

El genio escocés (1929-1992) venía de fracasar en Londres con ‘Anastasia’. Necesitaba recobrar prestigio y fue a lo seguro: un argumento universal, números de lucimiento para los solistas, decorados y vestuario de Nicholas Georgiadis para reflejar la opulenta sociedad parisina del XVIII… Y, como en su triunfal ‘Romeo y Julieta’, una estructura centrada en los pas de deux, que repasan la relación entre los jóvenes cronológicamente, en cuatro encuentros.

En cuanto a la música, recurrió al francés Jules Massenet, un dechado de inspiración melódica, sensualidad y pasión. Sin embargo, no empleó ni una nota de su famosa ópera. En su lugar, encargó al compositor Leighton Lucas que fundiese en una nueva partitura extractos de otras de sus creaciones: oratorios, suites para orquesta (‘La Navarraise’), bandas sonoras de teatro (‘Les Érinnyes’) y hasta trece óperas: ‘El Cid’, ‘Cendrillon’, ‘Don Quichotte’… Podríamos temer que a este collage de «grandes éxitos» le faltase coherencia, pero Lucas logra un desarrollo dramático creíble gracias al uso de los leitmotive. Si Massenet, virtuoso orquestador, identificaba a los personajes con células musicales recurrentes, aquí Lucas representó a Manon con la canción ‘Crepuscule’, mientras que el tema ‘Élégie’ acompaña a los amantes desde su dúo inicial.

No importó que algunos críticos lo despedazaran en su estreno en 1974 («ballet mediocre con música pueril», publicó The New York Times). El público lo ovacionó, y cuatro décadas después mantiene su lugar de honor en Covent Garden, donde se ha visto más de 250 veces.
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