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En el sol de una noche

26/09/2021
 Actualizado a 26/09/2021
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Bienvenido ese ‘Festival de la Palabra’ que ha organizado y puesto en marcha la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de León y que incluye, entre otras actividades sugestivas, la entrega del Premio Leteo, que este año ha recaído en el célebre cantautor y poeta cubano Silvio Rodríguez. Con la concesión del Nobel al bueno de Bob Dylan, se empieza a aceptar que la poesía tiene múltiples formas de expresarse, siempre que se haga desde el talento y la emoción, cualidades de las que Silvio Rodríguez anda sobrado (me atrevería a decir, incluso, que su galardón está más justificado que el del artista de Minnesota). Rara es la persona que no tiene algún vínculo sentimental con una de sus canciones, en mi caso, esa que hablaba de alguien nacido de una tormenta en el sol de una noche.

Otro tema es el revuelo generado en ciertos círculos por su elección, lo que nos llevaría a recordar que los premios literarios se conceden a las obras y no a los autores. Podrá estar uno de acuerdo o no con la filiación política de Silvio Rodríguez, podrá, legítimamente, criticar sus posiciones y compromisos, pero, ¿qué tiene eso que ver con la calidad de su producción poética? ¿Habrá que recordar que a alguien como Alfonso Sastre, que en su día fue un abierto simpatizante de la banda terrorista ETA, se le llegó a conceder el Premio Nacional de Teatro hace ya más de tres décadas, en 1986? No entraré a discutir que una persona se niegue a leer a tal o cual autor porque discrepe o vitupere sus opiniones políticas, pero ignorar el valor literario de su obra y no reconocérselo, me parece pueril. Entre mis poetas preferidos están un comunista, Ángel González, y un falangista, Luis Rosales. Pocas novelas me han conmovido tanto como la deslumbrante ‘Hambre’, de Knut Hamsun, autor noruego recompensado con el Nobel que, entre otras estupideces, se postuló a favor de una gran confederación de pueblos germánicos como preludio a las invasiones nazis. Tal vez eche uno de menos esos tiempos en los que abrías un libro sin conocer más allá de dos o tres pinceladas de la semblanza del autor, lejos de esta actualidad crispante donde importa más el impacto digital de lo que difundes que la calidad de tus argumentos. Parece ser, en cualquier caso, que el acto de mañana tiene el éxito garantizado y que las invitaciones, como en aquella memorable ocasión en que vino Paul Auster, están agotadas.
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