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En el nombre del padre

05/05/2022
 Actualizado a 05/05/2022
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Podría escribir de lo que fuera, fingir que no pasa nada o simplemente obviarlo, pero la fecha de hoy estará siempre ligada a mí y mi circunstancia por la muerte de mi padre. Se cumplen cinco años de ese cinco del cinco en que me dijeron como cinco millones de veces eso de que ‘el tiempo todo lo cura’ y otros pésames enlatados por el estilo. Palabras que son de agradecer pero que, como palabras, jamás son suficientes en esos momentos en que todos nos quedamos sin ellas.

El luto está rodeado de clichés. Como sucede en vida, también en muerte es de utilidad lo de echar un vistazo a otras culturas para hacerse una composición de lugar más acertada y replantear parte de eso que damos por sentado. Por ejemplo, en Nueva Orleans los funerales se celebran a ritmo de jazz y en México son un colorido espectáculo. Un anuncio de ‘Aquarius’ también nos mostró hace años que en Ghana bailan por las calles portando ataúdes con forma de ilusiones u objetos importantes para el difunto: una barra de pan para el panadero del pueblo o un proyector para la mujer que soñaba con ser cineasta.

Con esto no quiero decir que se conviertan las ‘Coplas a la muerte de su padre’ en un reguetón, pero sí reflexionar sobre que no hay mayor culto a alguien que hacer de lo ‘post mortem’ un apéndice de la vida. El dolor nubla todo en el momento de la pérdida, pero el maestro tiempo enseña que a un ser querido se le homenajea manteniendo un legado: cuidando al resto de la familia, conservando aquella tradición que solo él tenía en Navidad o reuniendo en su honor al grupo de amigas con unas cervezas si ella era una ‘verbenas’. El luto no se mide en una escala victimista. Estar de luto es un proceso, con fecha de inicio pero no de fin, en el que aprender a salir a flote sin dejar de recordar lo que jamás se olvida.

Cinco años después de ese cinco del cinco, no puedo acabar esta columna sin contar que los recuerdos buenos han superado como en cinco millones de veces a los malos. Que disfruto al seguir haciendo lo que con mi padre compartía: echando cuentas de su negocio, celebrando un gol del Real Madrid o cenando sopas de ajo. Feliz, en el nombre del padre y como él lo haría. Viendo a mi hermano tirar siempre para adelante y, por encima de todo, admirando la sonrisa de mi madre. Eso sí que todo lo cura.
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