21/12/2021
 Actualizado a 21/12/2021
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El hámster sigue a lo suyo. Venga a pedalear con fuerza sobre una rueda sin saber que, a más esfuerzo, más rápido se recupera el sitio inmóvil que ocupa. Cuánto engaño se acumula en sus ansias por llegar a algún lugar fuera de esa impertinente jaula de cristal que le dio cuna y, del lado amable, le permite una vida fácil. Cada mañana, Mónica le da unas pipas mientras desayuna. Y la mascota no tiene que pensar mucho más, solo comerlas con devoción y algo de chispa. Sabe que la imitación a las ardillas se puede facturar con una propinilla gastronómica. Y esto de viajar en círculos da un hambre… El engaño con premio se aprende, el autoengaño también, aunque este llega a meterse dentro, tanto, que la epidermis se lo engulle para procesarlo y convertirlo en certeza, desde la mentira a sabiendas. La jaula es coqueta. Tiene un estanque que sirve tanto para refrescar como para acicalar y cuenta con un tobogán tubular al que el hámster se sube solo para destrepar. Mónica adora a su Chisco y él a ella, piensa. Es el pago que traza la lógica por cumplir todos sus deseos. Fuera de la jaula, Mónica le da vueltas al café amargo. Le gusta negro, espeso, tirando a chocolate. No sabe cómo procesar lo que acaba de escuchar en la radio. Ómicron deshace la Navidad y ella pretende hacer lo mismo con la nada con la que ha endulzado la cafeína. Es un déjà-vu que le estremece. Le toca otra mañana de intentar dar esquinazo a algo que vuelve a ponerla en una rueda. Otro día marcando el paso aprendido de distancia, mascarilla e higiene. Es el ejército que dispara a la nada desde la sangre del terror en los ojos. Chisco corre con furia dentro de ese círculo que desconoce que lo mantiene quieto mientras su corazón casi necesita desfibrilación. Se juega la vida por la inmovilidad. Mónica bebe la pócima del despertar casi atragantándose. Se le hace tarde, tal vez no llegue a tiempo para coger el primer tren dirección al círculo.
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