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En busca del tiempo perdido

17/06/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Mañana, lunes, comienza el baile en el Partido Popular. Se abre el plazo –que alcanzará hasta el miércoles siguiente, día 20- para presentar las candidaturas que opten a remplazar a Mariano Rajoy al frente de la organización política conservadora. Y aunque por parte de unos y de otros –sobre todo de quienes mandan y ordenan– se pretenda transmitir a la opinión pública una imagen de tranquilidad relativa y unidad sostenida, la realidad es muy diferente porque, en síntesis, el PP, ahora, no tiene un líder consolidado e indiscutible.

Para ocupar el cargo suenan nombres con desiguales decibelios y distintas preferencias como, por ejemplo, Núñez Feijóo, Soraya Sáenz de Santamaría, Margallo… que, en principio, serían más que suficiente para que la formación consolidara un escenario limpio y una democracia interna, que, siempre, ha estado muy cuestionada no ya por la militancia que abona o no su cuota de afiliación –que eso es una asignatura pendiente– sino por el conjunto de la ciudadanía, que exige nuevas formas y rumbos.

Las elecciones no las ganan las militancias o quienes, pase lo que pase, apoyan por sistema a aquel partido con el que sienten más próximos, no; las voltean los que, ajenos a esas decisiones encorsetadas y sin embargo legítimas, mueven el voto en función de lo que se les traslada, ven, analizan ysopesan. No hace falta ser un lince para llegar a esta conclusión. Y esa es la clave.

El PP debe quitarse, de una vez por todas, esa caspa de tiempos pasados que se le adjudica, esa áurea absurda, esa costra que le afecta en el día a día. Y nada mejor que ofrecer una imagen fresca y renovada desde este mismo momento. Rajoy ya es historia y toca reconducir la situación. Y abrirse a la sociedad.

Tiene razón el alcalde de León, Antonio Silván, cuando afirma que hay suficiente banquillo en la estructura de los populares. Es cierto. Lo que hace falta es que ese banquillo se mueva y aparezca gente nueva que otorgue un inesperado y atractivo crédito al partido para intentar, así, ilusionar a un electorado que ya está bastante reticente –y en muchísimos casos decepcionado– con lo que dimana de la sede de Génova 13, en Madrid.

A los militantes, por lo tanto, les gustaría votar, sentirse útiles y no meros números. Poder decidir. Y nada mejor para ello que las urnas cobren vida, y, en libertad, cada uno, en forma de papeleta, deposite en su interior lo que crea conveniente. Porque si sólo hubiera un candidato o candidata, parecería que continúa el famoso ‘dedazo’, el ‘más de lo mismo’ y la desilusión repetitiva. Donde hay vida, hay esperanza. Una máxima a la que el Partido Popular debe acogerse para obtener el futuro que busca.
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