Emprender en Omaña, dulce riesgo

Pablo del Pozo apostó por montar en Bonella su propio negocio de producción de miel y actualmente lo tiene extendido en Omaña, Cistierna y Benavente

Aitana Mallo
06/09/2018
 Actualizado a 19/09/2019
El extractor de miel de Pablo que saca el producto por centrifugado situado en Bonella, comarca de Omaña, los botes de miel y un panal. | L.N.C.
El extractor de miel de Pablo que saca el producto por centrifugado situado en Bonella, comarca de Omaña, los botes de miel y un panal. | L.N.C.
Pablo del Pozo Álvarez es un omañés que nunca se ha conformado con poco y desde bien joven decidió emprender para alcanzar sus sueños. Sin haber terminado la carrera de Ingeniería Agrícola que cursó en la Universidad de León, a sus 23 años, decidió comprar colmenas, una de sus pasiones. Para ello, iba obteniendo ingresos de «encarguillos» agrícolas que realizaba y realiza a petición de terceros, como segar hierba, cortar leña, desbrozar e incluso, arar tierras. Él está dispuesto a implicarse en cualquier tarea para la que se le reclame.

La aventura comenzó hace siete años y hoy, con 30, ha encontrado el negocio ideal al lado de casa, pegado a los campos, en ese medio rural omañés deseoso de nuevas oportunidades para mantenerse vivo. Pablo es apicultor y está abierto a seguir aprendiendo de los más veteranos, porque si algo tiene claro es que quiere continuar creciendo hasta hacer de la apicultura su único oficio. Actualmente, cuenta con 170 colmenas repartidas entre las zonas de Omaña, Cistierna y Benavente. También forma parte de la plantilla de ‘Trabajos agrícolas Hermanos Tirado’, con la que permanece durante la campaña de la remolacha para compatibilizar con sus trabajos de apicultura, ya que su explotación aún no tiene el tamaño suficiente para poder vivir únicamente de ella.

Campaña 2018

Para él, al igual que para el resto de apicultores castellanos y leoneses, la campaña de 2017 fue desastrosa. La sequía que dejó completamente secos los pantanos de la provincia, arrasó también con el campo. Con lo que el nivel de producción de miel descendió considerablemente en la mayoría de los casos, y en el de Pablo, cayó a cero.

A esto se sumó que a las colmenas les faltaba comida para sobrevivir, por lo que tuvo que recurrir a un alimento artificial elaborado a base de fructosa y sacarosa, con el consiguiente gasto. «No entraba néctar en la colmena, lo que provocó que la abeja reina dejara de poner huevos y la población se envejeciera. Por lo que me vi en otoño con las colmenas habitadas por abejas viejas que irremisiblemente fueron muriendo y, en invierno, con ellas muy despobladas y sin fuerza para sobrevivir a esta estación». En definitiva, a Pablo le sobran motivos para definir la campaña del año pasado como «nefasta», pero no perdió la ilusión por el negocio y ha trabajado para recuperarlo y,ahora sí, poder abastecer a los clientes.

Esta coyuntura hizo que, los apicultores, durante la pasada primavera, en lugar de producir polen, se centraran en la reposición de abejas. Por lo que la actual campaña viene lastrada por la última sequía, con una producción de polen muy baja y un sector empleado en reponer las bajas. Pablo afirma haberse recuperado de la alta mortandad del año pasado, pero «las colmenas repuestas no se verán a tope de producción hasta el año que viene, por lo que merma la rentabilidad».

«El año ha sido muy bueno para hacer enjambres, ya se han renovado las reinas, aunque la cosecha de esta primavera aún se queda lejos de una normal, ya que con el fatídico 2017 no se puede comparar», apostilla Pablo.

Estas circunstancias han provocado que la campaña venga con retraso, no solo por la lenta recuperación, sino también por las lluvias, frío y viento que caracterizaron la meteorología hasta finales de julio. Aunque el aspecto de los campos diga lo contrario, la producción de miel aún no ha terminado. «Ahora mismo, las abejas están metiendo mielato de roble y polen, cuando deberían haber parado ya. No he podido empezar todavía a extraer la miel, mientras que otros años a estas alturas (agosto) ya tenía casi todo envasado», asegura el de Bonella. Son muchos los veraneantes omañeses que compran a Pablo, por lo que «he tenido que extraer una parte para que aquellos que regresen a sus trabajos en las ciudades no se vayan sin su miel, pero las abejas aún siguen produciendo».

Después de una larga espera y de haber mantenido en tensión a los apicultores hasta el último momento, Pablo confía en que el estallido del campo en poco tiempo pueda coadyuvar a que el final de la cosecha sea algo mejor en las zonas de roble. «Gracias al mielato, igual podemos salvar el año», espera Pablo.

La campaña prevé prolongarse hasta finales de septiembre, incluso octubre, por lo que, hasta entonces, no podrá saberse, si este año los apicultores comenzarán a recuperarse tras un 2017 sin apenas producción.

Producir y envasar

Además de la producción de miel, Pablo se encarga de su envasado. Esto lo realiza de manera manual primero, con un peine de desopercular con el que quita el sello que las abejas hacen a la miel en los panales y, después, introduce los cuadros en un extractor que saca la miel por centrifugado. Posteriormente, la pasa a unos depósitos llamados maduradores para que decante, es decir, se libere de pequeñas partículas de cera y otras impurezas. Una vez decantada y reposada unos días procede al envasado.

Durante el proceso no calienta en ningún momento la miel, trabaja a temperatura ambiente para que ésta conserve todas sus propiedades. Emplea una maquinaria propia de las empresas pequeñas que ponen todo el cuidado en su trabajo al amparo de los clientes a los que distribuye su producción de miel. Para esta última tarea tiene habilitada una sala de extracción acondicionada en el recinto de Bonella, donde trabaja una vez finalizada la campaña.

El envasado lo hace manualmente, con unas etiquetas acordes a la normativa de producción primaria. Para ello, emplea tarros de cristal con capacidad de uno o medio kilo, a un precio de 6,50 y 3,50 euros respectivamente.

Emprendedores como Pablo son la esperanza de Omaña, una comarca con muchas posibilidades desaprovechadas para explotar. Ojalá que muchos siguieran sus pasos.
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