28/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Pasé dos veranos de infancia en Ribadeo, con mis padres y hermanos, en la casa de nuestros tíos Jaime y Aurora. Para un niño del interior poder estar un mes en aquella ciudad costera, pequeña y señorial, y situada en un paisaje bellísimo, el de la ría del Eo, donde Asturias y Galicia se encuentran, fue una mina de felicidad y de memoria. Yo creo que me acuerdo de todo lo que viví en aquellos dos veranos de 1962 y 1964. Desde el cercano taller del zapatero remendón, un hombre muy guapo, hasta la droguería de Pulpeiro, sin olvidar los madrugones piadosos de mi tía Aurora, camino de su misa diaria en la iglesia cercana al parque, y a una casa cuya torre tenía las tejas de color salmón, algo por completo prodigioso.

Pero a mí lo que más me importó de aquellos veranos de cruzar la ría del Eo en barco hasta Figueras o Castropol, o de ir a la playa de las catedrales –entonces desierta, sin fama y sin nadie– era ver el partido que dirimía el trofeo Emma Cuervo, el nombre de una misteriosa mujer local, a la que le había dado por financiar un torneo de fútbol.

Nunca olvidé aquellos Real Oviedo-Deportivo de la Coruña de 1962 y 1964, los dos clubs entonces en primera y ambos encuentros ganados por los gallegos por 2 a 1. Fui con mi padre y mi tío, también con mi querido primo Javier Barrero, que andando el tiempo se dedicó a la política y que permaneció como diputado socialista en el Congreso desde 1982 hasta 2015. Aquellos partidos fueron míticos para mí. Aún me acuerdo de las jugadas principales y de muchos jugadores, incluido un misterioso extremo izquierdo peruano apellidado Montalvo. A casi todos ellos los tenía en mi álbum de cromos de futbolistas, y en Ribadeo los estaba viendo en carne y hueso.

Fueron tardes mágicas para mí, y curiosamente, tantos años después, tantos, sucede que la Ponferradina, el equipo que por el tiempo de aquellos trofeos lidiaba en tercera división con equipos humildísimos, de pequeñas villas castellanas y leonesas, jugó ayer la copa Emma Cuervo contra el Real Oviedo, club de mucha historia y prosapia. Y yo, por eso, me siento niño, y siento que mi padre me comenta las jugadas, y que mi tío Jaime mira el encuentro desde su armonioso escepticismo de secretario judicial, gallego, fino y educado, y que mi primo Javier se come un helado de vainilla mientras mira de reojo a una chica muy guapa que había en Ribadeo entonces, a la que llamábamos Mariposa. En el verde estadio, no lejos de la ría. No lejos del tiempo.
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