Emilio Suárez García y la magdalena de Proust

Por José Javier Carrasco

José Javier Carrasco
21/06/2022
 Actualizado a 21/06/2022
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La forma ovoide ejerce en mí una poderosa fascinación, pienso en algunos cuadros de Chirico, en el bote caprichoso de los balones de rugby, en las pastillas de carbón con esa forma apiñadas en el cubo de metal al pie de la cocina bilbaína de mi tía Martina ( la única de las cinco hermanas de mi madre que permaneció en el pueblo). No siempre, pues en ocasiones, para frustración mía eran simples piedras negras de carbón irregulares parecidas en su forma a cualquier otra piedra. Aquellas pastillas, idénticas a las que servían para alimentar las locomotoras de vapor que hacían las operaciones de maniobras en la estación, pasaban del cubo a la cocina gracias a un recogedor, también metálico, que Martina manejaba con la soltura que da una práctica continuada, día tras día, hasta la instalación de una cocina de gas, que la aliviaba de aquella exigente tarea solo los meses de buen tiempo, pues en cuanto asomaban los primeros fríos era necesario volver a encender la cocina de carbón, la única fuente de calor de la casa junto a la estufa de gas, reservada para el comedor, que en raras ocasiones se utilizaba (ni el comedor ni la estufa). La vida de mi tía, como es fácil de imaginar, transcurría, en el invierno, principalmente en la cocina de su casa de Porqueros, acompañada por Radio León.

La imagen de aquel cubo y su prosaico contenido, la he recordado al ver una fotografía del libro de Emilio Suárez García, ‘Una historia con muchas vidas: El ferrocarril en Brañuelas’, publicado por Eolas, en la que se muestra el tipo de carbón utilizado por las locomotoras a vapor: el de las pastillas con forma de almendra y las briquetas. Con esa imagen, como Proust con su magdalena, salvadas las distancias, rescaté algunos otros recuerdos. A mí, hurgando en uno de los cajones del armario de cocina de mi tía, en el que se almacenaban objetos cuya finalidad era difícil determinar, pero entre los que había uno al que dedicaba una especial atención: un imán. Mientras mi madre y su hermana conversaban, yo disponía sobre la mesa algunas de las puntas que guardaba el cajón e iba aproximando lentamente a ellas el imán, hasta que se producía el milagro, aquella brusca absorción llamada imantación. Esa misma absorción es la que debía sentir mi tío Matías, el ferroviario, otro de los nueve hermanos de mi madre, al leer el periódico ‘El Caso’. Me veo en la garita del paso a nivel una tarde, mientras se hace de noche él alimenta la estufa con carbón. Hay encendida una bujía y, acercando el periódico, me muestra la noticia de uno de los sucesos que más le ha impresionado. El descubrimiento, al lado de una vía de tren, de una maleta con los restos de un cuerpo humano. La vuelta a casa de los abuelos, bordeando las vías, fue el anticipo de lo que experimentaría muchas veces ante una pantalla de cine en las películas con suspense, la espera angustiosa de una sorpresa desagradable y no deseada.

Todo lo contrario a la impresión producida por el texto y las imágenes reunidas en el libro de Emilio Suárez García. Junto a las de locomotoras, planos, obligaciones emitidas por las compañías constructoras, edificaciones como la estación o los depósitos de agua – de forma tan singular y condenados a desaparecer si alguien no lo remedia – , tramos de vía ... , un amplio muestrario de fotografías de personajes relacionados con la actividad ferroviaria en Brañuelas, testimonio de un tiempo que nos ayuda a recuperar lo que se creía enterrado.
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