16/07/2018
 Actualizado a 11/09/2019
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Para José Antonio Llamas, emboscado en la poesía. Amancio Prada», reza la dedicatoria que el cantautor, Amancio Prada, estampó el 5 de julio pasado en su libro del oratorio ‘Emboscados’ con glosario e ilustraciones del común amigo, y paisano, Juan Carlos Mestre. Museo de la Historia de la Inmigración, de Sant Adriá del Besós, pegado a Barcelona, no lejos de la playa, al aire libre, una noche cabal como lo suelen ser estas del Mediterráneo.

Amancio apareció en el jardín con su guitarra, se sentó, y comenzó a contarnos su andadura de emigrante y músico ambulante. Aprovechando la presencia decorativa de un viejo vagón de tren, que formaba parte de la decoración, fue desgranando sus viajes en aquel ‘Xangay’ nocturno que llegaba a Barcelona desde Galicia, con transbordo en ‘Ventadebaños’, y que durante décadas arrastró la inmigración de gallegos y leoneses que se veían obligados a abandonar sus tierra en busca de mejor fortuna.

Sus viajes juveniles a aquel París de entonces, tan revolucionario, sus escarceos infantiles con el cante de las minas hasta que se enteró de que Antonio Molina en ‘Soy minero’ no decía «rudopero» sino «rudo, pero» la primera vez que tuvo en la mano el disco. La primera guitarra ganada con las 10.000 pesetas de aquel premio a los 18 años cerca de Palencia. Y, sobre todo, la maleta llena de libros de poesía: Federico, Miguel, Rosalía… Y se fue emboscando en la poesía. Y, cuando llegó a París comenzó a comprender, como todos los que salimos de jóvenes, comenzó a comprender a Dehesas, su pueblo. Se lo explicaron García Calvo y Chicho Sánchez Ferlosio.

Una de las canciones de Amancio que al cronista más le han conmovido siempre es una cortita en la que se pregunta: «Mañana, cuando es mañana». A medida que iba cayendo la tarde y se avecinaba la noche mediterránea, los nombres de aquellos tantos cantautores que llenaron nuestra juventud, franceses, hispanoamericanos y españoles, la machacona pregunta se iba instalando en la ya destartalada memoria. «Mañana, ¡cuándo es mañana?», «No sé, mi amor. Nadie lo sabe»,«Es inútil, mi amor, mirar afuera», «Si no puedo ver la luz de tus ojos», «Mañana ¿Cuándo es mañana? No sé, mi amor. No sé».

Porque era larga la fila de demandantes de autógrafos, que si no le hubiera regalado un maravilloso libro de Francisco Garriga Barata, fallecido hace bien poco, cuyo título lo dice todo: ‘Demà no és mai’ (Mañana no es nunca). Cosas de poetas emboscados en la poesía, y que, tras tanto tiempo lejos de su tierra, terminan por cabecear un cualquier playa al lado de un vagón de tren nocturno abandonado.
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