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Emblemas de ingenio y de dulzura

23/10/2022
 Actualizado a 23/10/2022
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Miguel de Cervantes fraseó: «El portugués es un castellano sin huesos». A lo que replicó Unamuno: «El español es el portugués osificado». No cabe duda que ambas imágenes son dignas de encomio por su fidelidad. Es cierto que los idiomas son el resultado de la amalgama de distintas hablas que han dado a cada uno de ellos características propias. Así se dice que es cantábile el italiano, racional el francés, áspero el alemán, radical y muscular el español, conciso el inglés y dulce el portugués.

Cervantes resalta con insistencia en sus obras el tópico de la característica melosa de los portugueses, en obras como ‘El celoso extremeño’ o el ‘Viaje al Parnaso’. La fama de galantería del portugués y el arrullo amoroso y ceremonial está estrechamente relacionado con su ‘fala’, tan afable y musical en comparación con las del resto de la península ibérica. Desde mi punto de vista, creo que Cervantes está en lo cierto. Compárese la diferencia fonética entre ambos idiomas a la hora de pronunciar palabras equivalentes en significado, como el español ‘carcajada’ y su parejo luso ‘gargalhada’. Todas las consonantes del vocablo español suenan fuertes, estridentes si cabe. En cambio, en portugués, se perciben suaves, apenas sin tener que mover la lengua y los labios. La delicadeza en el habla la pude comprobar un día viajando desde Lisboa a Salamanca. Antes depasar la frontera, apenas sí se oía una murmullo, pero, al cruzarla por Ciudad Rodrigo, sonó tal estruendo de voces que, sin duda, despabiló los más profundos sueños.

Sabemos que Cervantes visitó Lisboa en un improvisado viaje, en 1581, recién incorporado el reino de Portugal a España en tiempo de Felipe II –por derecho familiar y fuerza de las armas, matrimonio que se hace siempre irresistible–, acompañando a la Corte Real que le encargó la peligrosa misión de regresar al norte de África como espía. A su vuelta, en junio del mismo año, se presentó en Lisboa para dar cuenta de sus informaciones.

Otros aspectos de Portugal y de los portugueses están vertidos en las obras del manco de Lepanto, como ‘La española inglesa’ o ‘El coloquio de los perros’. De Lisboa recordará Cervantes, en el ‘Persiles’, aquellos diez días en los que Periandro y Auristela se pasen por sus rúas haciendo un elogio de la capital portuguesa, la más populosa entonces de las ciudades de Europa, sobresaliendo por la fama de sus hospitales y la religiosidad de sus habitantes.
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