09/01/2020
 Actualizado a 09/01/2020
Guardar
No son días fáciles para los que nos gusta escribir de política. Y menos aún para los que damos por perdida la actual generación de gestores de la cosa pública, que miran más a su ombligo que a los ojos de los ciudadanos a los que deberían representar y creen que están jugando con una bola de plastilina y no guiando el futuro de todos. Escogí el título de estas líneas con la idea de embestir sin contemplación alguna, pero lo vivido estos días, más que mala hostia, produce indignación y pena a partes iguales. Indignación al ver que en lugar de políticos tenemos expertos del ‘divide y vencerás’. Pena al ver que el único atisbo de humanidad en el transcurso del debate fue el apoyo a una diputada enferma de cáncer. Lo demás ha sido una lección de ‘guerracivilismo’, de mirar al pasado y obviar el futuro, de hablar de Franco y de ETA, cuestiones que deberían unirnos a casi todos en valores como la democracia y la libertad pero que están consiguiendo justo lo contrario pese a ser parte de nuestra historia más negra. No es de recibo, en una nación que se dice civilizada, que los dos grandes partidos que han cimentado –con más aciertos que errores a pesar de que estos últimos sean abundantes– la mayor etapa de progreso de nuestro país no puedan hoy mirarse a la cara. Quizá piensen que deben radicalizarse para que nadie les quite la delantera en la izquierda o en la derecha, pero en realidad demuestran una visión cortoplacista de la política y solo alimentan el hartazgo de la gente que no vive de ella. Esa gente que no acierta a entender que no haya un mínimo punto de encuentro entre los azules –que han pasado de la inanición política de la era mariana a la obesidad de los impostados y apocalípticos discursos que tiran cada vez más al verde fosforito– y los rojos, que sin haber explorado alternativa alguna convierten en pieza clave de nuestro futuro a un partido que sujetaba la vela de los hijos de puta del tiro en la nuca y la bomba lapa y a otro al que realmente le importa un «comino» la gobernabilidad de un país que pretende destruir cuanto antes. Quiero pensar que más de uno sintió un retortijón en su estómago al votar, pero los líderes políticos de hoy en día, a pesar de llenarse la bocona de democracia, solo quieren que sus partidos sean auténticas dictaduras.
Lo más leído