07/06/2020
 Actualizado a 07/06/2020
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Desde que teletrabajo hay días que no sé si es martes o jueves, y algunas veces no sé si estoy viviendo en mi casa o alojado como huésped en una plataforma digital: me acompaña siempre una sensación de irrealidad entre porosa y desasosegante. Me ha dado por pensar, sin embargo, que igual somos testigos de cosas que no están sucediendo realmente. Que a lo mejor, por ejemplo, nuestros representantes, haciendo gala de sensatez y sentido del Estado, no se enzarzan constante y ferozmente en disputas miserables y que, a partir del consenso, resuelven de modo eficiente los problemas que nos acosan. Deslizándome por esa nueva realidad, he llegado a pensar que la pandemia apenas provocó estragos en nuestro país, que las residencias no se convirtieron en morgues pavorosas y que en el mes de mayo disfrutábamos de una vida casi normal. Todo gracias a que nuestros científicos, políticos y expertos, cuando vieron aquellas imágenes donde hombres asiáticos fumigaban las calles (¡las calles, oiga, no sótanos lóbregos y oscuros!), se dijeron a sí mismos: «Joder, esto parece que va en serio», y adoptaron medidas rápidas y contundentes. Puestos a seguir con esa realidad, he imaginado que China informó en tiempo y forma al resto de la humanidad, y que el joven médico que dio el aviso se convirtió en un héroe dentro y fuera de allí; y que todo eso fue posible porque Estados Unidos lo presidía Hilary Clinton y porque, afortunadamente, China no era una dictadura comunista con rasgos neoliberales, sino un país donde se respetan y fomentan los derechos humanos. Y eso me transportó, fíjense, al momento en que un hombre armado con dos bolsas de plástico y a cuerpo gentil detuvo una columna de acorazados en la plaza de Tiananmen, y que desde ese 5 de junio de 1989, el mundo era un lugar mucho mejor. Esas cosas me ha dado por pensar en estos días de irrealidad y al final, claro, he concluido que todo lo que les he narrado, con sus purificantes dosis de utopía, pudo haber sucedido o no. Incluso, haciendo cábalas sobre su grado de verosimilitud, lo que me ha parecido más improbable de todo –en qué país vivimos–, es lo de que nuestros representantes patrios (a excepción de los populistas y nacionalistas) hubieran sido capaces de llegar a un acuerdo para sacarnos de la calamidad que se nos avecina.
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