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17/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Las novedades se suceden pero las viejas puertas mantienen su madera, sólo hace falta barnizarla, cuidarla, quererla como siempre fue... como a los abuelos o a los parientes que siempre vivieron en casa.

La abuela ya no se cubre la cabeza con el pañuelo negro pero sí se cubre con aquel echarpe que tanto le abrigaba. Luce en su dedo el anillo de boda, que es el mismo que llevó su madre, pero van creciendo anillos a su lado, los que le regalan los nietos, los que recuerdan otras fechas.

La puerta ya no mantiene el viejo sistema de abrirla con una enorme llave que no encuentra acomodo sin molestar en ningún bolso, por grande que sea; pero sí sigue allí el eterno picaporte artístico, en el que el hierro golpea y llega con su peculiar sonido hasta la última habitación de la casa, aunque ha tenido que ver cómo instalan a su lado un portero automático permite llamar, hablar y hasta ver quién se acerca a tu puerta.

Sin embargo, los dos conviven, porque los habitantes de la casa también sabrán quién llama aunque lo haga por el picaporte, no ignoran que los vecinos de toda la vida siguen llamando a la puerta como toda la vida. Y, es más, según la hora que sea a la que el hierro canta sabrán si es el panadero, si es el vecino a echar una parrafada, si es el paseante que pide compañía... Las visitas aprietan el botón.
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