Elena Santiago y la bruma del pasado

Por José Javier Carrasco

06/01/2021
 Actualizado a 06/01/2021
| EDUARDO MARGARETO (ICAL)
| EDUARDO MARGARETO (ICAL)
Elena Santiago (1941 - 2021) publica el libro de relatos ‘Relato con lluvia y otros cuentos’ en la colección Barrio de Maravillas editado por la Junta de Castilla y León en 1986, dieciséis años después obtenía el Premio Castilla y León de las Letras de 2002. El jurado, al otorgarle el galardón, destacaba su lenguaje cuidado, la exquisita pulcritud, sencillez y naturalidad del mismo. ‘Relato con lluvia y otros cuentos’, con un dibujo en la portada de Manuel Sierra, de una lluvia de trazos naranjas precipitándose tras un arco, es uno de los libros de mi biblioteca sobre el que no puedo decir ni dónde lo compré, ni en qué año (aunque ya hace bastantes), ni lo que me empujó a hacerlo (quizá que la autora fuera de Veguellina de Orbigo, una de las paradas del viaje en tren los veranos a mi pueblo). Volverlo a releer trae el recuerdo de unos personajes que en una primera lectura me parecieron sumergidos en la bruma, densos como ella. Primera lectura en la que por esa impresión de imprecisión se me escaparon detalles, que una segunda lectura aporta. Se refieren estos detalles a la sutil forma de abordar la situación de los personajes, de hacerlos interesantes, por lo que son, por lo que piensan y por lo que les rodea. En una entrevista de Jesús Bombín para El Norte de Castilla en 2015, Elena de Santiago confesaba que hay cosas importantes a la hora de escribir, como una casa en la que uno se encuentre a gusto, la presencia de árboles. Añadía que ella escribía en un estado que tenía algo de trance. La evocación de la casa de su infancia en Veguellina, donde ejercía su padre como médico, las magnolias del jardín, un árbol centenario, como elementos desencadenantes de ese estado especial que necesitaba para escribir. A la reivindicación de Virginia Wolf de que toda mujer debiera disponer de una habitación propia, habría que agregar una más ambiciosa, la de una casa especial con un jardín. Al leer algunos de estos veintiún relatos, se hace evidente esa afirmación de Elena Santiago de que ella escribía en un estado llamémosle «especial», fuera de las coordenadas habituales de tiempo y espacio, discurriendo por mundos paralelos donde coinciden evocación y presente, fantasía y realidad, cotidianeidad y surrealidad, en una acertada simbiosis que la autora resumía en su receta para escribir cuentos: «el cuento hay que fijarlo desde la primera palabra con emoción, es preciso construir una historia con intensidad, que emocione...». Quizá era necesario que pasara el tiempo para que la bruma que envolvía a la historias de Elena Santiago dejara filtrar la luz, para hacer de su esencial extrañamiento una forma de proximidad existencial, de afinidad ante imágenes eficaces donde alternan sencillez expresiva y una contenida emotividad: «Le pesaba al cielo unas nubes hinchadas de gris, le pesaba un viento que empujaba aquel cielo con una cierta prisa, con una cierta tristeza».
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