19/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La política puede ser una vocación tan noble como otra cualquiera. O mejor, si se toma con verdadero espíritu de servicio. Parece claro que la verdadera vocación no se fundamenta en el afán de dinero. Así no tiene ningún sentido hacerse cura o misionero por lo que se vaya a cobrar. Ni es verdadero amor el de quien se casa por la pasta de su futuro cónyuge. Uno también podría también dedicarse a la política a cambio de nada, o saliendo en desventaja económicamente. De hecho hay algunos políticos que salen perdiendo. Pero, por desgracia, no siempre sucede así. Y por eso hay tantas luchas encarnizadas a la hora de confeccionar las listas electorales, porque alcanzar el poder puede ser una bicoca.

No cabe duda que la fragmentación de los partidos o el transfuguismo suele ser con frecuencia fruto más bien de los egoísmos personales que del sincero deseo de luchar por una sociedad mejor. Pero todo tiene su precio y en el caso de la sociedad española, es posible que esto se llegue a pagar muy caro. Seamos sinceros, la gran preocupación de muchos españoles no es que vuelva a gobernar el Partido Socialista, si se tratara del partido de Felipe González, de Alfonso Guerra, de Corcuera, de Nicolás Redondo, de Joaquín Leguina, de Almunia, de Javier Solana, de Ernest Lluch, de Paco Vázquez, incluso de Rubalcaba, y por supuesto de infinidad de buenos alcaldes y alcaldesas socialistas a los que se puede votar con toda confianza. La preocupación es que llegue al poder un hombre sin escrúpulos para el que, con tal de gobernar, el fin justifica cualquier medio. Y dígase otro tanto de quienes, a su sombra, no quieren perder el poder de ninguna manera, aunque se hunda España.

Pero nos encontramos con que, aunque haya una gran mayoría de españoles que sienten verdadero pánico a que el actual Presidente de Gobierno no tenga necesidad de cambiar de colchón o de llevárselo de la Moncloa, se van a suicidar colectivamente al votar con el corazón o la bilis y no con la cabeza. Si realmente los políticos del centro derecha pensaran en el bien de España, deberían unirse ya antes y no después, para que en la práctica millones de votos no resulten inútiles. Sabemos, no obstante, que eso no pasa de ser un sueño inalcanzable. Serán, por tanto, los votantes los que deberán aguzar todo su ingenio para no arrojar a la papelera sus nobles deseos de que España no se precipite al abismo. Nunca como ahora, y lo siento por quienes no están de acuerdo con mi opinión, había sido tan importante lo del ‘voto útil’.
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