06/02/2020
 Actualizado a 06/02/2020
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La gente anda muy preocupada estos días con el asunto ese del virus chino y tal vez no debería estarlo, puesto que, por lo que he leído y escuchado, es menos mortífero que una gripe normal y corriente. Lo que pasa es que cuando se habla de China todo se vuelve desmesurado. Una nación que mide nueve millones y medio de kilómetros cuadrados, en la que viven mil cuatrocientos millones de almas y que su PIB crece a razón del 6% anual, (¡y dicen que están en recesión!), es para dar miedo. Menos mal que parece que sus médicos dan la importancia que tiene al virus en cuestión y que no dicen, como hizo aquí el ministro de sanidad de turno, que el causante de la mayor crisis sanitaria española, el Síndrome Tóxico, «es un bicho que sí se cae de esta mesa, se mata». Lo que mosquea y da pábulo a todas las teorías conspiratorias habidas y por haber, es que todo pasa en China. En el año 2003, un primo hermano de éste mató a cientos de personas en todo el mundo y el actual seguramente seguirá el mismo camino. ¿Por qué estas cosas suceden siempre en China? Hay quién dice que su ejército está detrás de todo y que, de vez en cuando, los experimentos que hacen investigando la guerra bacteriológica, se les van de las manos. Pudiera ser. El Partido Comunista gobierna el país con mano de hierro y, habitualmente, no hace prisioneros. Quién discrepa de la línea oficial es perseguido y encarcelado; antes, en época de Mao, los disidentes o morían o se les mandaba a campos de reeducación, para que expiasen todos sus pecados revisionistas. En cualquier caso, nada nuevo bajo el sol. Los ingleses, esos que dan lecciones de todo a todo el mundo, envenenaban mantas con el virus del sarampión y se las regalaban a los indios americanos; por no hablar de los alemanes con sus experimentos con cobayas humanos en la II Guerra Mundial. O de los japoneses en la guerra chino-japonesa y de su escuadrón 731, que mató a más de doscientos mil civiles infectando sus campos y ciudades con virus de las enfermedades más variopintas. Desde que el hombre guerrea contra otros hombres, siempre se las ha ingeniado para que la población enemiga sufra y muera, olvidándose de normas, tratados o, simplemente, de la caridad. También aquí, en nuestra guerra, hubo un jefe de prensa del General que dijo a los corresponsales extranjeros lindezas como: «la culpa de que haya rojos es de las alcantarillas. Cuando ganemos la guerra, las destruiremos y así los futuros rojos morirán como chinches». El hombre no está preparado para vencer a enfermedades que se dan al otro extremo del mundo y que a él le son desconocidas. Las peste negra que asoló Europa en la Edad Media vino, ¡cómo no!, de china y los indios americanos murieron por cosas tan nimias como un catarro.

Siendo como es cierto todo lo escrito, el verdadero miedo que uno tiene ahora mismo es hacia el virus de la estupidez, muy difícil de erradicar de nuestra sociedad, en general, y sobre todo de nuestra clase política. ¿Qué es, sino, todo lo que vemos ahora mismo en los medios? Por ejemplo: los maderos y los picoletos se han despachado a gusto con los agricultores y ganaderos que se manifestaron la semana pasada en Jaén o en Don Benito. Protestaban contra el abandono que sufre nuestro campo desde hace décadas. Pues les molieron a hostias. Esos mismos cuerpos de inseguridad del Estado, se cruzaban de brazos, (nunca mejor dicho), cuando unos gamberros, hijos de papá, consentidos y mimados, destrozaban Barcelona protestando contra una sentencia judicial. Si cada vez que la casta intocable de los jueces dicta una sentencia que no compartimos, nos sobrarían argumentos para estar todo el santo día en la calle protestando. Mira que uno no es dado a comparar momentos de la historia, pero es que en este caso me lo han puesto a huevo. En 1933, tercer año de la República, España estaba convulsionada. Líos en Madrid, en Barcelona; manifestaciones multitudinarias todos los días. La madera, más o menos, (más menos que más), quieta. Huelga general anarquista en la provincia de Cádiz convocada por la CNT. En Casas Viejas, un pequeño pueblo de la serranía, los picos disparan a matar contra la masa, siguiendo las órdenes del Presidente del Gobierno, el señor Azaña, que dijo aquello de «tirad a la barriga». Sé que ahora los autores del ‘régimen’, ponen todo de su parte para negar que el impoluto presidente la dijese, pero da lo mismo. Lo cierto es que murieron catorce campesinos. Da que pensar como alguien puede ser tan imbécil como el ministro del interior o la directora general de la guardia civil y que nadie les haya mandado para su casa, a que pasen el rato haciendo crucigramas.... ¿Tendrán algún virus contagioso? Salud y anarquía.
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