El veterano agitador "golpea" en silencio por las calles de Astorga

Carlos de la Varga es un recordado galerista leonés y veterano agitador cultural. Ha reaparecido en Astorga con una sencilla performance con la que denuncia y propone una reflexión sobre la pederastia

Fulgencio Fernández
21/04/2019
 Actualizado a 19/09/2019
carlos-varga-21419.jpg
carlos-varga-21419.jpg
Una performance del leonés Carlos de la Varga aborda el problema de la pederastia en la iglesia, mediante una acción que desarrolla durante varios días por las calles de Astorga, en el entorno del Seminario, muy vinculado a esta pederastia que denuncia y combate.

A lo largo de la historia han sido muchos los artistas que han adoptado con su trabajo un posicionamiento crítico y una actitud reparadora ante diversas circunstancias que confrontan a la sociedad. Casos como los de Carolee Schneemann que afronta desde una mirada feminista el mundo de la política con su obra Interior Scroll (1975), Francesc Torres que con Oikonomos (1989) planteó una controvertida crítica al modelo económico o, por poner un ejemplo más entre otros muchos, Giuseppe Penone que en muchas de sus obras, desde los años sesenta, invita a una profunda reflexión en torno a la relación del hombre con la naturaleza.Es pues, la práctica artística, una mecánica adecuada y eficaz para afrontar algunas de las brechas que la sociedad contempla y padece impávida ante la inacción de los poderes.

Un clásico de la cultura leonesa

Una muestra muy interesante de esta actitud es la que durante estos días está desarrollando en la ciudad de Astorga el veterano agitador cultural leonés Carlos de la Varga. Un ex galerista que dirigió durante los años 90 y los primeros 2000 el espacio artístico Tráfico de Arte y que se convirtió en un referente cultural gracias a iniciativas —que emprendió de la mano de otra referencia ineludible, el crítico de arte y profesor Javier Hernando— como El Espacio Inventado o el Centro de Operaciones Land Art El Apeadero. De la Varga, retirado de la escena leonesa desde hace varios años no se ha mantenido en absoluto inactivo y, continuando con la estela de algunas de susperformances como Bitter —realizada en colaboración con Oskar Ranz en 2006—, ha ido reapareciendo de forma gradual en contextos íntimos ligados a su lugar de residencia actual en Bercianos del Real Camino, donde realizó el año pasado la acción titulada La memoria del barro en la que afronta, desde el ámbito de la memoria histórica, la problemática de los miles de desaparecidos del franquismo. También ha realizado incursiones artísticas en contextos públicos como el MUSAC (en la actualidad puede contemplarse en la fachada de entrada su intervención 4+4=9, acción vinculada a la exposición de Channa Horwitz).

La propuesta que ahora le trae a Astorga forma parte de sus trabajos individuales, realizados sin el auspicio de ninguna institución y contemplados exclusivamente como un ejercicio personal de investigación y acción física. En este, titulado Astorga, se visibiliza, ante la estupefacción de los viandantes, la necesidad de conocer y pormenorizar la problemática social devenida de los casos de pederastia que se han producido en diferentes instituciones educativas de la iglesia católica. Para ello, de la Varga plantea una acción muy sencilla consistente en la lectura de principio a fin del libro, recientemente publicado por Roca Editorial, Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano del francés Frédéric Martel. Esta lectura la está realizando durante estos días de Semana Santa en el entorno del Seminario de Astorga. Una sucesión cíclica de vueltas al imponente edificio, alternadas con momentos de lectura en las zonas ajardinadas adyacentes, permiten al artista, desde una profunda actitud de concentración, interiorizar el discurso de su propuesta. Dos elementos externos de su indumentaria llaman la atención y se articulan como declaración de intenciones y como conector con el exterior desde una experiencia privada. Por un lado el texto impreso sobre la espalda de la cazadora negra que lleva puesta, donde pueden leerse los versos «El arte no es un espejo que refleja el mundo… es un martillo para darle forma» del colectivo punk-rock Pussy Riot. Y por otro lado, un pañuelo blanco que el artista porta sobre el cuello y que en determinados momentos, adoptando la simbología de las madres de mayo argentinas, el artista se coloca sobre la cabeza como símbolo de sufrimiento. Un avocación muy cercana a la actitud beuysiana de obras como Enseña tus heridas (1974), ya no solo por la convicción del poder transmisor de lo alegórico sino también por la fascinación de la teatralidad y la catarsis personal que conlleva la puesta en escena.

En la estela de Antonio Martínez

Los habitantes de la ciudad de Astorga, quizá no comprendiendo en toda su dimensión la complejidad artística y experiencial de propuestas de este tipo, no ha sido ajena a experiencias similares. Hace ya algunos años el artista y profesor Antonio Martínez realizó una acción de gran impacto cuando procedió a amputar mecánicamente uno de los últimos escudos franquistas que permanecía insultante sobre el muro de entrada al colegio público González Álvarez. Está performance, que en su momento fue premonitoria de la Ley de Memoria Histórica, supuso la detención del artista y un injustificado proceso judicial. Un alto coste moral que finalmente le dio la razón y liberó a la sociedad astorgana de un oprobio realmente vergonzante.

Ahora, Carlos de la Varga, con su sencilla acción, se pasea por el entorno del Seminario con la convicción de que el arte no es un subterfugio vano sino, bien al contrario, una herramienta sanadora de una sociedad que huele demasiado a cloaca.

Astorga vuelve a «acoger» una performance, un agitador cultural elige la ciudad para sembrar el interés, propiciar el debate... por sus calles camina Carlos de la Varga.
Archivado en
Lo más leído