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El vencejo máquina

13/06/2021
 Actualizado a 13/06/2021
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Con estas temperaturas que avisan de que ya no hay vuelta atrás, y a la hora a la que normalmente se dejan caer los brazos con satisfacción por lo hecho en la jornada (o frustración por lo dejado de hacer) es cuando estos pajarines hacen visible su vuelo. Volar no han dejado de volar en muchos meses, ya que viven volando, literalmente, los vencejos. O sea que cazan, comen, se dan cariños y duermen sin posarse en tremendamente largo tiempo. O viven deprisa, o tienen una gran adaptación al medio, se diría según se mire con las gafas de la literatura maldita o de la divulgativa.

El miércoles me asomé a verlos como el resto de los días, aunque no los oía piar. No estaban. Y me asaltó la congoja. Ya no vendrían al patio de mi casa, anticipé. De hecho, los veía a lo lejos, sobre otros edificios, y maldije envidioso por su cambio de manzana. No obstante, me senté a esperar. Y un ratito después se hicieron cargo y empezaron a dejarse caer, como siempre. Con el tirurí-rurí de carrusel festivo de las bandadas feriantes, o en parejas, persiguiéndose. Con el aleteo vivaz intercalado con planeos y descensos agresivos, ejecutando vuelos tan exquisitos que despertarían la envidia de cualquier rapaz. Demostrando por qué, a pesar de la sonoridad velar de su nombre, no han de ser asociados con fanfarrias y castañuelas, sino con los sintetizadores de Kraftwerk. Porque es como si no padeciesen cansancio por ser robots. Robots mejorados, pequeñitos aparatos de movimiento divino-maquinal, cuya danza (lejos de ser coreografía) es improvisada, y maravillosa por lo impredecible. En mi patio de manzana entran como a una fosa para salir fugaces a los segundos en contrapicado milagroso.

Los vencejos, además, acaban con los mosquitos, como hacen también los acrobáticos aviones (de los cuales hay una gran colonia que reclama limpieza en Ponferrada) y sus primas las golondrinas (que tantas letras han copado, desde Bécquer, dónde y cuándo fuere, a Josele Santiago, tocando en aquella cafetería de la Universidad que llamábamos el aeropuerto hace quince años). Pero los vencejos son de una familia diferente a los otros dos, y de bien nacidos es hacer un esfuerzo de precisión taxonómica. Vencejos son los que yo veo, y también aquellos que decoran paredes de salones contemporáneos convertidos en piezas de cerámica. Y vencejos serían los protagonistas del álbum del título, de estilo ornito-tecno fusión.
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