El valor del periodismo de investigación

Por Valentín Carrera

12/02/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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2013 fue un annus horribilis para la gran grandísima empresa Pescanova, «la primera multinacional de España y quinta del mundo», decían los pavos, una ficción de cartón piedra, hueca por dentro, un auténtico queso de gruyer que se derrumbó dejando un agujero similar al pelotazo de Banesto, de casi 4.000 millones de euros.

Asistí al derrumbe en primera línea: el 1 de marzo Pescanova entró en preconcurso, la CNMV suspendió la cotización y en abril llegaron las querellas que el juez Ruz admitió el 23 de mayo de 2013. Para entonces, ya estaba trabajando en ‘Pescanova Crimen Perfecto’, libro que les recomiendo si les interesa saber cómo roban los delincuentes de cuello blanco.

La investigación periodística duró seis meses, en caliente, con todos los frentes sangrando en los titulares; momentos delicados con los pájaros sueltos, con plena libertad de movimientos y cómplices muy poderosos, incluidas altas instancias del PPoder: en las cenas electorales de Fraga en el legendario Casa Vilas, Sousa se sentaba a la derecha del patrón.

Aquel fue un verano sin piscina, sin pestañear ante el ordenador: indagando la web de la CNMV, cruzando balances, rastreando paraísos fiscales. La indagación tenía riesgos: tuve presiones de algún consejero, hoy imputado, que buscó un contacto para darme su versión. La escuché con gusto, era mi deber (también pedí su versión a Sousa y a la empresa, pero no me quisieron atender). Un detective contratado por un fondo de Luxemburgo viajó desde Barcelona en busca de cierta información confidencial, que no le di. Otra fuente me pasó un dossier con cientos de mails privados de Sousa, incluyendo fotos obscenas que nunca publiqué. No me incumbe su vida privada y una foto en pelotas no aporta nada al perímetro de la monumental estafa, aunque alguno de esos mails son relevantes porque confirman delitos graves, pero también los tiene el juez.

El juez de la Audiencia Nacional José de la Mata, que acaba de dictar un auto contundente por el que sienta en el banquillo a 19 imputados: Sousa, su mujer, su hijo, su hermano y su cuñado Paz Andrade, Pérez-Nievas, Joaquín Viña, Uroz, los cuatro testaferros «apoderados en notarías de confianza», la auditora BDO –ciega, sorda y muda– y once sociedades del holding. Todos, con nombres y apellidos, y sus méritos penales, figuran en las primeras páginas de mi libro. Tras cuatro años y medio de investigación, el juez les imputa «delitos de falseamiento de cuentas anuales, falseamiento de información económica y financiera, estafa, alzamiento de bienes o blanqueo de capitales, insolvencia punible, falsedad en documento mercantil, uso de información relevante e impedimento de la actuación del organismo superior».

Pescanova Crimen Perfecto describe la contabilidad creativa planeada por Sousa, el inventor de la «merluza virtual», un artista; una estafa piramidal que ahora el juez ratifica punto por punto. «Para acumular la deuda de 3.674 millones de euros en diez años –escribí en 2013–, Pescanova tuvo que endeudarse a un ritmo de 367 millones por año, un millón de euros al día durante 3.674 días, incluidos sábados, domingos y fiestas de guardar. Un millón diario en las alcantarillas financieras: 42.000 € a la hora, 700 € al minuto, 12 € por segundo, y todo con un 80% de facturas falsas». «En materia de créditos documentarios –ratifica el auto judicial– el importe total de la financiación mediante toda esta ‘papelería’ falsa, superó los mil millones de euros en 2010 y 2011, y llegó en 2012 a 1.857.000.000».

No es fácil mangar ¡un millón de euros al día! ¿Cómo se puede girar papel pelota por 1.857 millones/€ sin que nadie se entere, dentro y fuera de la empresa: comités de riesgo de banca, avalistas, auditores, registradores, notarios de confianza, CNMV, órganos de control? ¿Todos fueron ciegos y sordos? ¿O eran muditos bien pagados?

Me hice muchas preguntas en aquellos meses de periodismo apasionante, un lujo para quien tiene vocación desde adolescente. Preguntas que siguen sin respuesta: la familia se fue a Bahamas –publican sin pudor lujosas fotos en Facebook– y Sousa acaba de fichar por una empresa de Arabia Saudí; y por ahí siguen, disfrutando de la vida, de la presunción de inocencia y de la lentitud de la justicia… sin haber pisado la cárcel.

La pieza separada que abre el Juez a la mujer y dos hijos de Sousa ¡mete miedo!: detalla los millones y millones bloqueados por el juzgado en cuentas en Andorra y Panamá, «ingresos en efectivo de 1.517.000€»; ¿quién anda por la calle con 1.517.000€ en efectivo? Para ellos, los protegidos que toman el sol en Bahamas o en Arabia Saudí, no existe el riesgo de fuga ni la destrucción de pruebas, ni la reincidencia, ni el arrepentimiento y devolución de lo robado, ni las prisas con que se escarmienta a otros por tierra mar y aire, hasta por un simple tuit. La Justicia no es igual para todos.
La reflexión final es sobre el valor del periodismo de investigación: si no hubiera sido por todos los periodistas que en 2013 aireamos el Caso Pescanova, denunciando la monstruosa estafa piramidal ante la opinión pública, todo habría quedado en algún despacho cogiendo polvo hasta la prescripción: los untadores como Sousa tienen a algunos políticos cogidos, digo pagados por los huevos; y contratan abogados carísimos, expertos en nulidades, robos de sumarios y prescripciones extrañas.

El periodismo ha cumplido su deber: contar los hechos, documentar datos, abrir las alcantarillas, poner el foco en la mierda de sus falsas empresas, de su merluza virtual y de sus cuentas secretas. Por mi parte, seguiré haciendo periodismo como en el caso Pescanova –nadie ha corregido un solo dato del libro–, denunciando esas empresas tóxicas y obscenas, aunque reciba demandas y ataques en las redes: ustedes son los ilegales y los antisistema. «No tinc por», que en tierra de garbanzos se traduce: «No tengo miedo». ¡Arriba las ramas!
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