- ¿Qué traes ahí del censo? Déjate de tonterías, el único censo válido es subir a lo alto del pueblo y mirar las casas en las que sale humo por la chimenea.
Pepe fue el último en abandonar Rodillazo. Aún recuerda los años que cada amanecer recorrió más de 10 kilómetros con el burro y los bidones de la leche para bajarlos al camión que pasaba por Felmín.
Un poco más abajo, en Tabanedo, un viejo cartel recuerda una curiosa anécdota. En él se puede leer: «Cuidado con los perros». Está a la puerta de la casa del último habitante de este lugar, Robles.
A Pepe y a Robles, uno vive en León y el otro en Asturias, pasó a visitarlos el periodista Ignacio Carrión para un reportaje en El País sobre resistentes en pueblos casi deshabitados ¡hace 20 años! Pepe no entendía la insistencia en la soledad, sobre la ausencia de vecinos y se enfadó con el periodista: «Claro, viene usted ahora en invierno (era mayo). Vuelva en agosto y se juntarán aquí hasta cinco y seis coches».
Bajó a ver a Robles. Se paró ante el cartel de ¡cuidado con los perros! y por más que le decía el barbado vecino que subiera él no se arriesgaba hasta que fue a buscarlo. Dos mastines tumbados al sol ni miraron para ellos mientras los gatos dormían en su barriga.
- ¿Estos son los perros del cuidado?
- Sí señor.
- ¿Hacen algo si no vengo con usted?
- No señor, nada, no se levantan.
- ¿Y el cartel?
- El cartel es el que muerde, los perros nada.


En un cuento del gran Gabriel García Márquez, creo que de su libro ‘Ojos de perro azul’, explica cómo al llegar a un poblado supo que «no había ni escuela, ni tampoco niños en el pueblo». Y es que había observado que «las lagartijas que tomaban el sol en las paredes no se asustaban y, además, todas ellas tenían rabo», prueba contundente de la ausencia de chavales.
En nuestra tradición oral sobran los testimonios de la difícil relación de las lagartijas con los humanos: «Legartija tuerta / asómate a tu puerta / que viene Juan Blanco / con un gorro blanco / y viene diciendo / que te va a matar / con una espada alante / y un cuchillito atrás».
Pero en los pueblos vacíos, vaciados, que recorrimos sobraban las lagartijas, todas con rabo, ninguna se asustaba. Al ver la primera le pedí a Mauri una foto, por lo del cuento, y no estaba en buena posición por el sol... no fue problema. Pudo hacer cientos de ellas, en cada pared, en cada hueco, sólo si se acercaba demasiado podían esconderse, y no todas, se saben las únicas habitantes de la pared y no hay escuela.
La ruta de las lagartijas.