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El último verano de Gabriel

21/06/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Hoy domingo damos la bienvenida a un nuevo periodo de ‘sol quieto’, solsticio para los entendidos. Estoy seguro que el enésimo verano que se abre ante nuestros ojos será el mejor de sus vidas para alguno de mis lectores, su familia o amigos. Todos tenemos uno o varios veranos para rememorar y muchos otros por delante que desconocemos y nos marcarán definitivamente. Quiero aprovechar esta columna para homenajear a los que hace ochenta años vivieron su último verano en paz, el de 1935, y que como Gabriel Álvarez Canal, un panadero de Santa Lucía de Gordón, nunca imaginaron lo que la historia les tenía preparado. A partir de aquel 21 de junio, nuestro paisano se daría un último baño en el Bernesga, pescaría su última trucha, vería el último aluche, bailaría en su última verbena y quién sabe si recibiría un último beso bajo la luna llena de aquellas montañas. Pocos meses después, rozando todavía la veintena, Gabriel era llamado a filas para cumplir con el servicio militar obligatorio en el norte de África, concretamente en Melilla. Nunca más volvió. Su madre le buscó por todas partes, preguntó a las autoridades, escribió cartas desesperadas, contrató videntes y al final, tras muchas vueltas, murió sin encontrarle.

En esta familia, como en tantas otras, un espeso manto de silencio cubrió la desaparición y me consta que sus hermanos abandonaron aquella zona minera para siempre, señalados, derrotados y casi avergonzados. Hace siete años me propuse ayudar a mi padre en un último esfuerzo por encontrar a su tío Gabriel, aprovechando que el nieto del Capitán Lozano abría los archivos nacionales a gente corriente como nosotros. Iniciamos tres búsquedas, una institucional que no sirvió de nada; otra de la mano de Wenceslao Álvarez Oblanca, quien nos mostró las páginas de un libro crucial ‘Las heridas de la historia’; y una tercera, en Salamanca, con la colaboración de Nacho Carnero, cronista ilustre con muy buen olfato para este tipo de investigaciones. En los albores de la Guerra Civil y casi en su epicentro, Gabriel fue uno de los dos únicos leoneses, el otro se llamaba Enrique Payán Gutiérrez, ejecutados en Melilla, probablemente en el paredón de Rostrogordo. Decía hace tiempo el flamante y joven portavoz de Génova 13 que «en pleno siglo XXI no puede estar de moda ser de izquierdas, están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién...». Podría ampliar gustosamente este relato para Pablo y así explicarle no sólo el quién, también el cuándo, el dónde e incluso el cómo. A cambio me gustaría que él me ofreciera un porqué, nos hace falta y no conseguimos descifrarlo después de tantos veranos.
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