El tren del olvido

Bruno Marcos escribe sobre el estado actual del tren de Matallana en su centenario y al iniciarse el crowdfunding para finalizar la película que realiza sobre él la productora leonesa Bambara

Bruno Marcos
07/06/2023
 Actualizado a 07/06/2023
Imagen del rodaje del cortometraje de Isabel Medarde ‘El tren del olvido’. | ANA CALLEJO
Imagen del rodaje del cortometraje de Isabel Medarde ‘El tren del olvido’. | ANA CALLEJO
Tiene la estación de tren de vía estrecha un alto reloj de pared puesto de pie que parece el ataúd del tiempo. Muestra este ataúd las vetas de la madera de la que está hecho muy claramente. Son como lápidas de cada año en que el árbol del que procede estuvo vivo, antes de pasar a ser contador de horas. El reloj está pegado a un radiador de calefacción, como buscando atemperar su soledad en un sitio donde siempre debería haber gente pero no la hay.

Ya no van viajeros como iban, desde 1923, a esa estación que ha quedado encerrada en una pesadilla de las que se soñaban antiguamente, aquellas en las que aparecían tantos trenes extraños que no llegaban nunca o que pasaban de largo o que se llevaban a alguien muy querido.

La última vez que cogí un tren allí era, efectivamente, como si estuviera en un mal sueño: no había persona alguna, una máquina expendía los billetes y, en vez de salir al andén, había que irse a la calle en la que un autobús venía a buscar a los pasajeros para ir a un apeadero en las afueras donde se incorporaban finalmente al convoy. Ni un urbanista empadronado en las páginas más kafkianas de Kafka hubiera podido inventar una cosa tan rara.

Es una estación fantasma sin película, al menos hasta ahora, pues hay un proyecto en marcha, ‘La estación del olvido’, diseñado por la productora leonesa Bambara Zinema que ya ha concluido el rodaje filmando a los viajeros y que, en estos momentos, ha iniciado la busca de colaboración colectiva para llevar a cabo la postproducción y distribución del documental mediante crowdfunding.

Ahora, que se acaba de cumplir el centenario del tren de Matallana, no se trata únicamente de evocar recuerdos porque aquel tren con el suelo y los asientos de madera que, a ratos, iba tan despacio como a pie permitiendo contemplar el paisaje y llenando de olor a naturaleza sus vagones, el que se unía cargado de carbón al ferrocarril de la Robla desde 1894 para ir a fundir hierro en los Altos Hornos de Vizcaya, ese ya no volverá; pero sí es posible construir un relato que encare, desde el pasado, el futuro para que el tren del olvido siga vivo.
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